Una de las mejores series que se emiten en la actualidad es, sin duda, The Americans, pues combina un género atractivo que se desarrolla en una época muy evocadora y con unos personajes magníficamente escritos. Muchos podrían pensar que se le podía haber sacado más jugo con un poco más de acción, pero creo que la serie funciona precisamente por su ritmo narrativo y porque la resolución de los problemas es muy realista. No obstante, en su tercera temporada está registrando datos de audiencias demasiado bajos, tan sólo 811.000 espectadores y un 0.19 en demográficos para su quinto espisodio, una cifra preocupante incluso para una cadena de cable, aunque FX tiene fe en la ficción creada por Joe Weisberg y Joel Fields.
Esta temporada la trama está centrada en Paige, la hija mayor de los Jennings, en quien la KGB se ha fijado para ser su nueva agente encubierta. Ella todavía no sabe nada pero entre sus padres se está desatando otra Guerra Fría diferente a la que están combatiendo ahí afuera. Mientras Philip se niega a que su hija siga sus pasos y cumpla el sueño americano, Elizabeth ve inevitable que lo haga, y ha empezado a guiarla por el camino de forma velada. Tanto el uno como la otra usan todos los trucos a su alcance para llevarla por donde le interesa.
El matrimonio siempre ha estado muy presentes en los guiones de The Americans. Es lógico partiendo de la base de que la serie está construida en torno a una pareja unida a la fuerza y condenada a entenderse, como si ya no fuera complicado hacerlo con alguien a quien eliges. De esa base nacen muchas ramas que podrían aplicarse a muchas parejas reales. Ellos no tienen problemas con las infidelidades, aunque tengan problemas cuando seducen a otras personas, más por ética que por otra cosa. Pero para eso está su vecino Stan, que se acaba de separar de su mujer por culpa de un affaire, bueno, por eso y porque no le hacía el más mínimo caso. Otro aspecto importante en la serie es que los hijos no son meros accesorios de atrezzo, hasta ahora habían cumplido papeles menores pero poco a poco están adquiriendo un protagonismo importante, no sólo Paige sino también Henry, cuya llegada a la adolescencia promete nuevos problemas para sus padres.
Por otro lado, la tercera temporada nos está mostrando un catálogo de situaciones a cuál más incómoda, pero me impresiona la naturalidad con las que éstas se tratan y cómo son ejecutadas por escritores, protagonistas y directores. La escena más impresionante que he visto últimamente ha sido la extracción dental forzada que Philip le practica a Elizabeth, de una belleza estética impresionante y una capacidad asombrosa para hacernos sentir dolor y erotismo a la vez. Tampoco se queda atrás la escena en la que los Jennings retuercen un cadáver para introducirlo en una maleta, que hace estremecerse a cualquiera por muy fuerte de estómago que sea. No sólo dolor físico se siente en esta temporada, también momentos en los que hay que mirar a los lados de lo incómodos que pueden hacernos sentir, como cuando Philip tiene que seducir a una adolescente o cuando Paige encuentra una foto de la señora Beeman que Henry escondía.
Por tanto, la serie de Joe Weisberg y Joel Fields sigue demostrando su calidad capítulo a capítulo y también su capacidad para introducir momentos y tramas muy duras contadas con mucha crudeza, sin dulcificar una sola línea de guión, haciéndonos ver que la Guerra Fría fue en realidad más cruel de lo que parece, que sus espías también eran personas con familia y que cada una de ellas vivía su propia Guerra Fría.
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