Call
the Midwife ha cerrado su cuarta temporada manteniendo unas buenas cifras
de audiencia (rondando siempre los diez millones de espectadores) y con la
renovación para una quinta entrega en el bolsillo. Aunque las tramas se
alejaron hace tiempo del material original –las memorias de la enfermera
británica Jennifer Worth–, y que incluso la protagonista abandonó la producción,
su éxito sigue vigente.
La
serie regresó con un Especial de Navidad en el que pudimos ver por primera vez
en pantalla a Vanessa Redgrave, la voz en off que narra el día a día en la
Nonnatus House. No ha habido grandes cambios ni innovaciones en los guiones:
los partos han seguido siendo los protagonistas y por mucho que se compliquen
al final siempre se logra el final feliz.
Aunque
sea una serie para toda la familia, ese exceso de azúcar es uno de los puntos
débiles de Call the Midwife. El positivismo inunda cada uno de los
capítulos y, teniendo en cuenta que el barrio de Poplar era uno de los más pobres
de Londres en los 60, al final todo queda en un resultado un poco acartonado e
irreal.
Historias sencillas con más puntos dramáticos
Eso
no quiere decir que los guionistas no hayan intentado introducir nuevas
temáticas o giros dramáticos para huir del exceso de sonrisas. Es más, en los
últimos cuatro capítulos se han ido desarrollando varias tramas que han acabado
en una season finale más triste de lo habitual. Habría que destacar el
enfoque de la homosexualidad, primero para reflejar las condenas de cárcel o
tratamientos químicos a los que eran sometidos aquellos que eran descubiertos en
servicios públicos. Pero lo más importante ha sido su reflejo en la historia
personal de la enfermera Patsy.
Aunque
mantiene su condición sexual en secreto, encuentra a alguien
que comparte sus sentimientos y cuando por fin dan un paso adelante en la
relación un accidente acaba con todo. ¿Qué problema tienen los ingleses con las
bicicletas? Cada vez que un personaje elije ese medio de transporte en una
serie o película sé que sus posibilidades de ser arrollado por un camión crecen
exponencialmente. Patsy se enfrenta entonces al drama de no poder decir nada y
que el amor de su vida ni siquiera la reconozca.
La
otra trama dramática ha girado en torno a una de las protagonistas más
veteranas, la pizpireta Trixie. Su sonrisa forzada en cada plano ocultaba una
infancia marcada por el alcoholismo de su padre y en esta temporada hemos
descubierto que también sufría una gran soledad y miedo a repetir los errores
de su progenitor. Al final ha logrado dar el paso para admitir su problema con
el alcohol en una escena final más dura de lo que nos tienen acostumbrados.
Otros
capítulos han dado espacio a la prostitución, la pobreza, la integración social
o el racismo pero los esquemas no se han diferenciado mucho de lo
visto en otras temporadas. Las mejores líneas han estado, como casi siempre, en
boca de la Hermana Monica Joan, con acertados delirios lúcidos sobre tartas,
astronomía o enfermería. Los personajes nuevos apenas han calado mientras que
algunos como el de Chummy (Miranda Hart), estuvieron prácticamente
desaparecidos.
La
factura visual de la serie (así como su cuidada elección de temas musicales)
sigue demostrando la calidad de esta producción aunque se echa en falta un poco
más de acción para evitar un desarrollo que a veces se hace demasiado
previsible.
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