“Nosotros
somos el futuro, ellos son el pasado”, susurra el personaje de Daisy casi a
escondidas, para que Branson recuerde una vez más sus ideales. Esta frase recoge
el leitmotiv de la quinta temporada de Downton Abbey: una sociedad en
transición con una aristocracia consciente por fin de que vive rodeada de
protocolos anticuados que la enfrentan a la gente de a pie, para la que todo empieza
a ser posible, sin la limitación de la clase social.
Carson
y la señora Hughes comentan la reducción del número de criados, surge la necesidad de
tener nuevos conocimientos para el futuro e incluso la Condesa Viuda reconoce
que hay que vivir con los cambios. Pero por ahora la familia Crawley sigue su
ritmo de fiestas y por una vez no la han convertido en una excusa para
conseguir que Rose diga un par de líneas.
Su
labor social con los refugiados rusos —una historia que habría dado mucho más
de sí, más que por ejemplo, el drama sobre cierto asesinato— le ha ayudado a
conocer a Mr. Aldridge. Nos acercamos a la década de los 30 y mientras en
pasadas semanas se nos hizo referencia a los primeros pasos de los nazis, en
esta ocasión se presenta de forma breve los progromos que los judíos sufrieron
en Rusia durante el siglo XIX, un preludio de lo que vendría en la Segunda
Guerra Mundial.
La
suerte sigue esquivando a Edith y su situación ha llegado a un punto de no
retorno. Espero que esa llamada al final del episodio signifique que por fin ha
decidido tomar las riendas de su vida para evitar que los demás decidan por
ella, llamando a un abogado.
En
la vida de los sirvientes sigue sin pasar nada relevante, más allá del
sufrimiento de Thomas con su “tratamiento”, otra vez relegado a un par de
planos. De nuevo paga su frustración amenazando a Anna y Bates, cuyo drama vuelve
a alargarse una semana más (y van…). Mucho me temo que la acción va a quedar
reservada para el último capítulo o el especial de Navidad.
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Mary, esperando el final del drama de Anna y Bates |
Despedidas y consecuencias
¿Lo
mejor de esta quinta entrega? ¡Por fin nos hemos librado de Miss Bunting! Aunque
Branson se merece ser feliz, se merece aún más a alguien que no vea en blanco y
negro. También ha sido emotivo el diálogo con Robert, otra vez acertado al
señalar que ha tenido el privilegio de conocer “las dos partes del debate”.
Mr Bricker
ha recurrido a la táctica Pamuk con Cora —véase “entremos sin avisar en
la habitación de la dama, a ver si cuela”— pero con diferente resultado. El
conde Grantham los sorprende y todo termina en una pelea y un par de egos
magullados. ¿Qué consecuencias tendrá esto para el matrimonio? Siempre pensé
que alguien debería haber puesto cerraduras en esas puertas hace mucho tiempo.
En
esta ocasión, han sobrado también algunas situaciones de relleno: la herencia
de la señora Patmore, una Mary que sólo aparece para que no olvidemos a Lord
Gillingham o la trama de las nuevas construcciones en el pueblo. Cada vez queda
menos para acabar la temporada y Downton Abbey sigue bordeando el precipicio. Al
igual que la aristocracia inglesa, sus responsables deberían tomar una decisión
con respecto a la serie: adaptarse o morir.
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