El episodio de Castle de esta semana ha sido probablemente el más cómico en años, o puede que desde siempre. ¿La razón? Castle infiltrándose en una clase llena de niños de 8 años.
El caso se ha centrado en un vendedor de helados que ha sido asesinado en su camión. La policía concluye que ha habido un testigo, un niño de ocho años de una escuela cercana que al parecer lo debió ver todo y no se atreve a compartir su experiencia.
Rick y Kate visitan la escuela dispuestos a interrogar a los alumnos, pero el director insiste en que los niños necesitan a alguien "como ellos", que no les intimide. Como era de esperar, no queda otra opción más que Castle para hablar con ellos e intentar descubrir quién presenció el asesinato.
Mientras tanto, Kate y sus compañeros investigan la muerte del chico, Anton, hijo de inmigrantes rusos, y encuentran una relación con otras dos muertes, a la vez que pistas sobre alguien que fue torturado.
No es hasta el final del episodio cuando descubrimos que la hermana de Jason, el abusón de la clase que no había dudado en burlarse de Rick, era en realidad la testigo y antigua profesora de diseño gráfico de Anton. La chica trabajaba junto a Anton y otros dos hombres falsificando pasaportes para inmigrantes rusos.
El asesino resulta ser un peligroso criminal de guerra que no quiere que nadie conozca su aspecto y por ello está eliminando a todos los que vieron su fotografía. Cuando el criminal descubre que existe una foto de él y se encuentra en la cámara que Jason llevó a la escuela, Castle, Beckett y él tienen un curioso enfrentamiento en la clase del que acaban saliendo inmunes gracias a unas oportunas canicas infantiles.
Como apunte extra, Alexis se ha pasado todo el episodio en modo protector con su padre, lo que conjugaba con la trama de Castle en la escuela. En la última escena, Rick mantiene una emotiva conversación con su hija y le asegura que no va a desaparecer nunca más.
Un capítulo intrascendente pero agradable y ameno.
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