Este domingo se acaba una de las series más emblemáticas de los veranos del
cable americano. Tras siete años, True Blood y los vampiros calentorros de Bon
Temps, Luisiana, cierran el chiringuito.
Sé que hay muchas personas que no son capaces de verla. Que por mucho que
hayan oído hablar de ella la consideran una aberración de la HBO. Morralla. Un Crepúsculo
+ 50 Sombras de Grey que desmerece a la marca. La oveja negra o la
hija tonta. Podría seguir, pero no, porque me duele.
No creo que haya manipulación generalizada o sesiones de hipnosis suficientes en el
mundo para pintar True Blood como una joya incomprendida del arte contemporáneo
(que lo es), pero sí que os podemos dar cinco razones para disfrutarla si
dejáis los prejuicios de lado.
1. El despiporre
Nadie nos dijo allá por 2008 en lo que iba a degenerar True Blood. Y digo
degenerar en el sentido más glorioso de la palabra, porque bendita la hora. Nos vendieron un drama con
toques de comedia más que oscura sobre un pequeño pueblo del sur de los Estados
Unidos en el que, tras la invención de sangre sintética embotellada, los humanos
y los vampiros cohabitan una vez estos salieron del ataúd.
La relación Sookie-Bill/humana-vampiro es sin duda el atractivo inicial para unos pocos y a la vez el insalvable freno para otros, entre los que yo me
incluía en los inicios. Pero este arco no es más que la chispa que detona todo
un conglomerado de tramas que rápidamente le hacen sombra.
Al vampiro melancólico de entrada se le comen por los pies (escénicamente hablando)
otros habitantes de la noche con muchísimo más juego. Empiezan a aparecer toda clase de
criaturas fantásticas del imaginario popular, los humanos están a cada cual
peor que el anterior y antes de que te des cuenta, ya no te acuerdas de quiénes
son Edward y Bella.
Hombres lobo, psicópatas, apariciones familiares desde el más allá,
ménades, metamorfos, dioses vampiro super chungos que rugen y te haces caquita,
demonios mejicanos, radicales cristianos, mafias japonesas, mujeres pantera, brujas españolas y,
lo más importante y el mayor descojone de la historia de la HBO: hadas.
2. Reparto coral
Como he dicho antes, hay personajes para aburrir. O mejor dicho, para que
no te aburran Sookie y Bill. Más de una decena de personajes principales desde el primer episodio, por no hablar de la cantidad de secundarios que han ido paseándose
por Bon Temps durante las siete temporadas. Filias y fobias everywhere.
Sam y Tara, siempre incapaces de mantenerse al margen de los jaleos que le
trae su falda a Sookie; Jason, el tierno hermano pocasluces de Sookie que
siempre la mete donde no tiene que meterla, y no me refiero a la pata;
Lafayette, el cocinero medio transformista con más flow de la televisión por mucho
peluquero asiático que intenten colocarnos en Banshee. ¿Os he hablado de Eric y
Pam y de lo grandes bitches que son los dos? Pues eso. Hay sarcasmo después de la muerte. Y a los demás les
tendréis que conocer vosotros solitos.
3. La América profunda
A mí personalmente me fascina. Bon Temps, pese a ficticia, reúne todos los
elementos de la idiosincrasia sureña americana. El conservadurismo rancio y
apestoso, la clase media-baja, el cinismo y la hipocresía, la fuerza de la
iglesia, la ignorancia…
Sobrenaturalidades a un lado, el retrato social y cultural del pequeño
pueblo del sur por sí mismo es uno de los mayores puntos fuertes de la serie. Aquí es dónde
la HBO enseña la patita, en el concepto de psicoesfera que ha puesto de moda True Detective últimamente. Atraviesa la pantalla y nos envuelve en un ambiente tan singular que es determinante en la acción, como si fuese un personaje más que lo altera todo.
4. El vértigo
La velocidad y el tiempo son dos aspectos que adoro de True Blood. A lo
largo de estas siete temporadas no recuerdo el número de cliffhangers a los que
hemos tenido que sobrevivir, pero que el ritmo de la serie se opone
directamente a la tónica de la casa es innegable.
Los sucesos de temporadas enteras pasan en el lapso de una semana o dos.
Toda la acción está concentrada y cuando no es uno al que de repente le dan el
estacazo es que se te mete la progenie en una camilla de rayos UVA para
suicidarse. En cuanto ponen el motor en marcha, la serie está construida para
atrapar irremediablemente.
5. Un señor guilty pleasure
Siendo realistas y justos con la causa, no podemos decir de True Blood que
sea la serie orgullo de nadie. No es compleja, no es profunda. Es lo que es:
entretenida y genial. De culto, me atrevería a decir. Y sí, anunciar en voz alta que ves True Blood es como no
esperar que te juzguen por ver el Sálvame. Va a pasar. Y también eres un guarro por ver
porno de vampiros medio camuflado. Pero eso es lo de menos y tampoco es para tanto. Como si hoy en día
fuera fácil encontrar una serie en la que no haya un cacho de carne cuya única
función es enseñar tableta.
True Blood engancha. Cuesta un poco, pero con las cuatro razones anteriores
creo que podéis darle un voto de confianza humildemente bien argumentado. Una vez entras en este universo de surrealismo, sangre y
coitos narrativamente defendibles, no sales. Y, obviamente, no te la puedes tomar muy en serio. Con cachondeo todo en la vida es mejor.
Hablo ahora desde la experiencia: yo tuve que darle una segunda oportunidad
al piloto porque de entrada me chocó mucho (eran otros tiempos) y me echó para atrás. Ahora es de
mis series favoritas y este post sirve tanto como de grito contra los
prejuicios como de autoterapia para superar el trauma de que se me va.
Consejo personal, para el asunto que nos concierne y para la vida misma:
las ideas preconcebidas no son buenas. True Blood sí lo es.
Cuatro veces le tuve que dar una oportunidad, empezaba la primera temporada pero nunca la terminaba, y ahora no se que voy a haber sin ir a Bon Temps cada año :'( Efectivamente tarda en enganchar unos cuantos capítulos de la primera temporada, hasta que asientas las bases y no puedes vivir sin ellos!! La echaré de menos también.
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