A mitad del viaje de nuestra vida,
me encontré en una selva obscura,
por haberme apartado del camino recto.
—Dante Alighieri, La Divina Comedia
Ya sabéis lo que me gusta Mad Men. Y si no, os lo confirmo. No obstante, quizás la larga y deseosa espera para ver el regreso de una de mis series favoritas haya causado tanto daño a la perspectiva con la que puedo valorar al doble episodio con el que comenzaba el pasado domingo su sexta temporada. Quizás el que no me dieran cócteles para celebrar su regreso también influyera en ello (no). La cuestión es que, sea como fuere, la reinmersión en el mundo de Madison Avenue ha sido más agridulce que nunca, pero el buen espectador de Mad Men sabe que debe mantener el entusiasmo porque, sin duda, la espera siempre es placentera.
Prometedoras eran, sin duda, las primeras escenas del episodio, en la que nuestro Don Draper recitaba las palabras con las que abre uno de los textos más famosos de la historia, y cómo esas palabras encierran un significado mucho más profundo en boca de este protagonista que, por otro lado, prefiere guardar silencio no solo durante los primeros minutos de metraje, sino también durante el resto del episodio, dejando que el espectador reconozca la nueva así como antigua mirada con la que nuestro poderoso creativo observa el mundo que le rodea.
Un mundo que, a pesar de todo, es lo único que ha cambiado. Don Draper sigue siendo el mismo que el que redescubrió su infelicidad sentado en una humeante barra de bar con un old fashioned en la mano en el último episodio, y quizás es por eso por lo que mi impresión de este episodio sea tan desalentadora. Reconozco que el modo en el que Don se enfrenta ahora a sí mismo es desgarrador; reconozco que el redescubrimiento de sus propias dudas no podría ser, irónicamente, más bello; reconozco que el encuentro con ese joven veterano de Vietnam, el fotógrafo pidiéndole que fuera él mismo o ese pitch que solo tiene sentido en su cabeza son escenas, sinceramente, bestiales; reconozco que el simbolismo que encierra ese mechero no podría ser de otro modo que perfecto. Pero Don sigue en la barra del bar, pensando en su infelicidad, y sigue sabiendo que haga lo que haga nunca podrá dejar de ser él mismo. Algo que, por cierto, ya sabíamos nosotros. ¿No sería lógico pedirle que diera un nuevo paso? ¿es que Don nunca podrá cambiar?
Sylvia (Linda Cardellini)
Supongo que esa es la conclusión a la que llegamos al final del episodio —por cierto, revisad la versión del episodio que habéis visto porque a una le faltan varios minutos—, cuando descubrimos que Don ha vuelto a las andadas y que se está acostando con Sylvia (Linda Cardellini), la mujer de su vecino Rosen (Brian Markinson), quien debe ser de las pocas personas a las que Don verdaderamente respeta. Pero aun así, Don no puede impedir ser como es, y por mucho que quiera parar, que quiera enderezar una vida que nunca fue recta, eso le tomará un esfuerzo mucho mayor que el que haya hecho jamás. ¿Será esta por fin la temporada en la que Don Draper sea capaz de abrazar la felicidad que él busque y no la que encuentre?
Pero, como decíamos, el mundo que le rodea sí que ha cambiado. Aunque, por ejemplo, su agencia siga manteniendo el SCDP a pesar de la muerte de Lane, tanto sus trabajadores como la atmósfera parecen diferentes. El "verano del amor" ha hecho su efecto y la mayoría de los empleados han abrazado nuevas tendencias y, quizás por ello, el ambiente de la oficina sea ahora diferente. Vemos tensiones en el equipo de creativos (con nuevas caras), vemos a los socios incluyendo a la nueva socia Joan posar sonrientes ante un fotógrafo como si su compañía no se hubiera construido sobre un volcán. Pero, de momento, vemos poco. Tengo curiosidad por ver lo que sucederá con Joan, por ver cuántas bofetadas recibirá Pete y por saber qué pinta ese pringado personaje, Bob Benson (James Wolk), en todo ésto.
También tengo curiosidad, como el barbudo de Stan Rizzo, por saber por qué Joan no fue al funeral de la madre de Roger. Quizás es porque sabía que el fallecimiento de la señora Sterling no significaba tanto para Roger, un hombre que a pesar de las vueltas que ha dado su vida no ha cambiado un ápice —aunque creo que, a diferencia de Don, nunca buscó el cambio—. Quizás por ello resulta chocante verle en terapia psicológica, aunque también pueda parecer una de esas excentricidades que el ejecutivo suele hacer. Y, aun así, esas escenas tumbado en el diván quizás sean las más simbólicas del episodio, con ese monólogo sobre las puertas o la lapidatoria frase de que la única transformación que podemos experimentar en nuestra vida es la propia muerte. Mientras tanto, Roger seguirá siendo el divertido ejecutivo de cuentas en el trabajo y una cartera repleta de dinero en casa, y no es hasta que recibe el maletín de trabajo del abrillantador de zapatos cuando se da cuenta de que no quiere morir y ser olvidado, como lo fue Giorgio. ¿Impulsará eso una nueva actitud por parte del ejecutivo?
La que ha ganado enteros es Betty, pero sabíamos que tras su bajada a los infiernos su redención todo tendría que ir como la seda. Quizás sea ella el mejor ejemplo del cambio: ya no es la ama de casa pasivo-agresiva de lengua viperina y conducta vil. Parece como si Betty hubiera aceptado su lugar en el mundo, sabiendo que con esfuerzo es como se logra mejorar y que tarde o temprano volverá a ser feliz. El ejemplo de su pérdida de peso —aunque no ha vuelto a ser la que era— es perfecto para explicar su caso, o la escena de la multa en la que en el pasado ella hubiera actuado como su suegra, o su tranquilidad cuando Sally le llama Betty o le cierra la puerta en las narices. Solo reconocemos a Betty cuando, decidida, va en busca del juguete roto de Sally y vive durante unas horas junto a esos hippies que le ofrecerán una perspectiva que la señora de Francis tanto ansiaba encontrar. Aunque debo confesar que el moreno no lo he entendido del todo.
Obviamente, también han cambiado Megan, ahora actriz de telenovelas con gran éxito en la población envejecida y decepcionada con un trabajo que todavía no la ha convertido en la estrella que desea ser —no dudo que ella también tiene affaire— y, especialmente, Peggy. La nueva creativa en una agencia extraña recuerda ligeramente a esa dama de hierro de la que nos despedimos hace unos días, y todavía dudo de si su nueva actitud en el trabajo es la natural o la impostada. Sin duda Peggy ahora trata a sus subordinados como Don los hubiera tratado, y al cliente de la misma forma —cómo revive esa campaña moribunda es totalmente draperiano—. Y a pesar de que su vida sentimental parece haber vuelto a terrenos firmes, no deja de ser permanente la idea de que Peggy todavía no ha encontrado su lugar y que hay un ramalazo de infelicidad en su actitud. Veamos qué pasa con Rizzo.
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¿Has visto ya los primeros episodios? ¿Qué te han parecido? Si tienes alguna idea de por dónde debería tirar la temporada o cualquier impresión sobre lo que has visto o leído, no dudes en comentarlo con nosotros.
No me he enterado de nada. Mientras veía el capítulo he buscado y encontrado tu post y lo he leído. Pero ni por esas.
ResponderEliminarA ver si el 6-3 mejora.
Por supuesto que mejorará, pero entiendo que este episodio te resultara confuso: juega demasiado con el subtexto y realmente da vueltas todo el tiempo sobre la misma idea de la autenticidad.
ResponderEliminarLo dejé de ver esta noche seguiré.
ResponderEliminarCoincido. Un season premiere demasiado complejo. Veamos cómo sigue la cosa.
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