La última vez que vimos a Paul Kinsey (Michael Gladis) fue en el final de la tercera temporada, hace ahora casi tres años. Por aquel entonces, Paul era un copy más en Sterling Cooper, un hombre bastante rarito, de talento más bien mediocre y que guardaba más mala leche de la que parecía en un principio. Cuando desapareció, quedándose atrás el día que fue creada SCDP, no imaginamos que lo volveriamos a ver nunca más, y mucho menos reconvertido en un fiel seguidor del movimiento Hare Krishna, aunque sea por los motivos equivocados —quién no ha cometido errores por tratar de conquistar a una mujer—. No obstante, ver a Paul prácticamente calvo y con una coletilla de macarra de los 90 nos hace pensar que en el fondo, qué personaje de Mad Men era el más apropiado para acabar en una organización así, cediendo sus propias necesidades y deseos por algo superior.
Pero, ¿por qué regresar ahora, Paul? ¿qué simboliza la reaparición de tu persona? Por un lado, está la clara intención cómica de su regreso —verle a él y a Harry entonando el mantra del Hare Krishna ha sido una delicia—, pero por otro creo que podríamos decir que las mismas intenciones de Paul —no las sexuales, sino las espirituales— al unirse a este movimiento en busca de la verdad son aplicables a otros personajes que en esta temporada están descubriendo que sus propias asunciones no han resultado ser del todo verdaderas. Y aunque aún no entiendo, tampoco, el porqué de incluir a Harry Crane en este asunto, también es cierto que el que éste sea al final quien le dé lo que verdaderamente busca a la añorada Mother Lakshmi no deja de resultar, del mismo modo, simbólico. Porque no hay una verdad verdadera, y en Mad Men nos lo están dejando muy claro. Don, Sally, Megan, Betty o hasta Roger se han dado cuenta de que en este época de profundos cambios, deben actuar como mejor saben, con sus instintos, o incluso engañarse a sí mismos o a los demás para que la realidad sea más aceptable. Así las decepciones son menos dolorosas, aunque sigan persistiendo, y si no que si lo digan al pobre Paul, convencido de que su guión para Star Trek sigue valiendo la pena cuando su amigo es incapaz de decirle las palabras correctas.
También se engaña Lane, jugando a su incomprensible juego financiero mientras trata de pagar una enorme deuda fiscal sin pedir ayuda a nadie, quizás porque no siente que tenga verdaderos amigos en la todavía extraña Nueva York. Y se sigue engañando a sí mismo, aunque no a nosotros, cuando manipula los libros de cuentas de la agencia esperando que nadie se dé cuenta —al fin y al cabo es él quien los entiende— y engaña al resto de socios cuando les dice que un préstamo de 50.000 dólares es el margen del beneficio de la empresa, entorpeciendo el reparto de pluses navideños e incluso metiendo a Don en un lío tan solo para salvar el culo. Porque Lane será muy inteligente pero no sabe cómo jugar al juego de los grandes, como ha venido demostrando esta temporada: es demasiado bueno como para saber ser malvado, o al menos aparentarlo. De todas formas, creo que esta ha sido la trama más confusa del episodio quizas precisamente por eso, porque no esperábamos que Lane pudiera llegar a estos extremos, del mismo modo que no nos lo imaginamos coqueteando con otras mujeres. ¿Que le saldrá el tiro por la culata? Fijo.
Mientras, Don sigue sufriendo los efectos del abandono del trabajo en la agencia de su mujer Megan, al mismo tiempo que busca otras motivaciones en el trabajo y en sus relaciones con otras personas —de cuernos todavía no se ha hablado, aunque tiempo al tiempo—, y es que su nueva esposa no le está poniendo las cosas precisamente fáciles, empezando por una obra de teatro contemporánea a la que le lleva y donde se critica abiertamente la publicidad, el mundo de Don. Quizás el cielo se abrió, o se le abrió a ambos, cuando se encontró a una perturbada Joan atacando a la recepcionista de la oficina cuando ésta dejó pasar a un hombre que le lleva la petición de divorcio —un empleo que tiene un nombre, creo, pero que no recuerdo— y decide llevársela como si fuera su esposa para probar un potente Jaguar, un vehículo que al mismo tiempo simboliza el futuro —el de la compañía, que tratará de llevarse el contrato del coche— como simboliza a ese antiguo Don que en otro tiempo era tan libre como el que conduce ese cochazo. Sea como fuere, la conversación que mantiene con Joan agarrados a una botella de whisky no podría haber resultado más satisfactoria, mostrando una explosiva química entre ambos al mismo tiempo que vemos cómo se lamen las heridas. Y si bien Don y Joan conocen perfectamente sus límites, creados a través de su propia historia, no me importaría lo más mínimo que fueran la próxima pareja de la serie.
¿Qué creéis? Porque después de ver a Roger reconociendo su paternidad del hijo de Joan y de ver a Megan lanzando los espagueti contra la pared —y ojo, que Don no la mintió cuando le dijo que estaba con Joan—, creo que no lo tendrán nada fácil, en el caso de que surgiera esta relación.
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