Posiblemente podríamos decir que la incorporación de Megan a la vida de Don Draper tiene un significado mucho más profundo del que pensábamos en un principio. No es solo una mujer, ni una esposa, sino que también simboliza el choque de un hombre y de un profesional con el modo en el que hasta ahora ha hecho las cosas el publicista más famoso de la televisión. Este conflicto se hace notar en múltiples facetas, pero la más clara es la música, y es que basta decir que para un hombre que cada vez que piensa en música lo haga a través de jingles, el que sus clientes le pidan canciones de los Rolling Stones o los Beatles le parece como poco confuso.
También le parece extraño que su mujer, un talento innato para la publicidad, decida que prefiere seguir su camino en una profesión tan poco gratificante como es la de ser actriz, pero no puede hacer otra cosa que aceptarlo. Y lo acepta porque la ama y porque quiere que sea feliz, pero es obvio que Don tiene sentimientos encontrados respecto a este tema, ya que para él era imposible que una mujer trabajara codo con codo con él —hasta la incorporación de Peggy— y que ahora prefiera seguir un camino con toda seguridad sin éxito le parece de locos. Y lo que es peor, observa esta situación con la seguridad de que su Megan cada día se acerca más a esa Betty de la que logró separarse no hace tanto; una mujer a la que le cortó las alas y cuyos sueños desaparecieron con el matrimonio. Los tiempos están cambiando, y a Don le están dejando atrás más rápido de lo que él cree.
Quizás la clave de este cambio es que por primera vez una mujer lleva los pantalones en su relación. Ella es la que cocina y limpia, pero también puede ser actriz o publicista, puede ser modelo o cantante; ella le mantiene al tanto de los temas de actualidad y le saca de más de un apuro con sus frescas ideas, y resulta curioso como un hombre tan dominante como nuestro Don Draper se está dejando llevar por la felicidad —o no— que implica que una mujer le diga por primera vez qué es lo que tiene que decir o hacer. Aunque Joan crea que tenga razón, no podría estar más de acuerdo con Peggy: Megan no es otra Betty, sino que puede ser mucho más porque vive en plena libertad. Para Don es un choque con la realidad, una decisión al borde de un abismo —o de un ascensor— pero para Peggy no es solo una liberación sino también una cruda aceptación. Nuestra Peggy lleva toda la temporada luchando con conflictos internos sobre su propia ambición y sus propios límites, pero jamás vio a Megan como una rival, y cuando al final se despiden como iguales, reconociendo su respeto la una por la otra, no podría ser más simbólico. Peggy, al fin y al cabo, y a pesar de las barreras que ha franqueado, sigue siendo una mujer que ha tenido que pelear en un mundo donde una mujer tan solo podía ser secretaria, y ahora es consciente de que para conseguir una libertad como la de Megan tendrá que pelear mucho más porque a pesar de seguir siendo joven aún tiene que superar su autoimpuestas limitaciones, pero lo hace mirando a Megan con la esperanza de que tanto ella como su género tienen un futuro más prometedor de lo que creía. Lo que también explica que tenga que mentir a su jefe para dejar a Megan seguir su camino. Pizza House!
Por otro lado, ya estábamos echando de menos a Pete Campbell, que hace unos episodio fue puesto al límite. Siempre ha tratado ser como Don Draper y siempre ha fallado al conseguirlo —me pregunto qué pensaría si de verdad conociera a su socio— pero cuando se presenta de nuevo una oportunidad para poder encontrar esa ansiada felicidad que no existe —una belleza llamada Beth interpretada por la magnífica Alexis Bledel de Gilmore Girls— vuelve a meter la pata. Beth en realidad se parece mucho a Megan, es una mujer joven, libre y soñadora, pero también sabe que su marido —Howard, el amigo del tren de Pete— la engaña y lo acepta con desdicha. Para ella, Pete es un momento de alivio a su deprimente vida pero el joven ejecutivo no puede contentarse con ello, porque aunque su vida también es lamentable necesita poseer algo que le permita, aunque sea interiormente, distinguirse del resto de hombres que conoce; algo que, en el fondo, le haga parecerse a ese Don de las primeras temporadas. En realidad, Pete también se está enfrentando a estos tiempos que tanto cambian, capaces de conseguir que una mujer le rechace simplemente con un no.
En definitiva, otro increíble episodio de Mad Men que demuestra el poder que tiene esta serie en el panorama televisivo actual. Es muy difícil sacarle un fallo, y cómo están volviendo a dibujar a sus protagonistas es prueba de un ejercicio de guión brillante. Me encanta la aceptación de Don y de Peggy respecto a la libertad que les rodea, ¿pero hasta cuándo podrán soportar quedarse fuera del cambio? ¿podrá Don permitir que su mujer sea feliz a pesar de que no sea exactamente a su lado? ¿podrá Peggy superar sus limitaciones y seguir creciendo como profesional sin la obsesión de que tiene que demostrar algo?
Capítulo muy grande. MAD MEN es una delicia de serie... Cómo disfruto viéndola.
ResponderEliminarDetalles tan sutiles como esas transiciones de puerta que se cierra / puerta que se abre, cara feliz de Don / cara de "WTF con mi mujer" de Don... Ese plano en le que vemos cómo los pies de Megan y los de Don por primera vez entran en la oficina ligeramente a destiempo. O esos 20 segundos en los que, de repente, volvemos a ver a Don Draper en su más pura esencia, cayendo al vacío, perdidísimo (desde el ascensor hasta que entran en su despacho Ken y el nuevo). Sublime por conseguir transmitirnos esa sensación. Peggy es cada vez más grande, y su relación con Don más. En cuanto a Pete Campbell, me encanta por ser tan mediocre, trepa y detestable.
Ya con el final acompañado de 'Tomorrow Never Knows' de los Beatles, el episodio lo borda.
Por algún sitio se tenía que tambalear tanta "estabilidad draperiana". Y me alegra.
Saludos! ;)