El que la industria televisiva está en pleno apogeo no es ninguna novedad (falta añadir la coletilla "y con los tiempos que corren"): las estrellas de Hollywood tienen cada vez menos pudor a la hora de aparecer en la otrora hermana fea del cine (solo esta temporada tenemos a Claire Danes, Christina Ricci, Jim Caviezel o Zooey Deschanel liderando series) y directores de renombre se prestan no solo a dirigir sino a producir varias series (Gus Van Sant, Steven Spielberg, Martin Scorsese, Ridley Scott, Peter Berg...), ambos signos inequívocos de que la televisión ya no es únicamente una caja tonta (aunque nunca lo fue) sino el último soporte para la creatividad y la creación. No obstante, como la gran industria en la que se ha convertido, es también una plataforma donde la competitividad está a la orden del día. Las cadenas ya no pueden permitirse emitir cualquier cosa sobre la que se presuponga un cierto éxito sino que deben estar constantemente pendientes no de los resultados de audiencia propios o ajenos, sino también (y especialmente) de lo que sus competidoras vayan a emitir.
En cierto sentido, esto se traduce positivamente como una forma de generar una industria más variada e interesante (según qué casos, obviamente) que cuida perpetuamente sus contenidos. Ya no son válidas las comedias románticas o los procedimentales policíacos al uso, sino que cualquier serie que se planee emitir debe contener ciertos elementos, rigurosos e imperfectos, que consigan hacer que cada nuevo producto sea único. Por eso, cada vez es más frecuente que leamos noticias sobre series que vuelven a rodar no solo su piloto (procedimiento muy común) o escenas puntuales, sino episodios completos para poder alcanzar una cierta competitividad de acuerdo a las exigencias de la demanda actual, a pesar del ingente desembolso que esto conlleva, pero que de no cumplirse aumentaría considerablemente las posibilidades de un estruendoso fracaso. El caso más reciente es Alcatraz (J.J. Abrams, Fox, 2012), que hace tan solo dos días paraba la producción vigente para volver a grabar numerosas escenas de sus siete primeros episodios, de modo que los seis restantes se quedarán a la espera durante un mínimo de dos semanas hasta que el resultado de los anteriores sea aceptable.
El reshooting, como es lógico, no es un procedimiento reciente pero se está utilizando mucho en los últimos tiempos por las razones de competitividad anteriormente expuestas. Alcatraz no es la primera ni mucho menos será la última serie cuyos productores deciden retocar extensamente para que el resultado sea, según ellos, mejor. Incluso de la próxima midseason tendríamos que mencionar a Awake (Kyle Killen, NBC, 2012), drama sobrenatural del cual hace una semana supimos que comenzaba un parón en la producción de cuatro semanas no para grabar de nuevo ciertas escenas sino para conseguir que la narrativa de la serie pudiera mantener la supervivencia (que la NBC tanto necesita) del programa. Pero hay otros ejemplos como el de Terra Nova, que tuvo hasta que retrasar su fecha de estreno para pulir sus ambiciosos efectos especiales. Eso sin contar los parones forzados por situaciones personales de los actores como los embarazos de Tina Fey (30 Rock) o Emily Deschanel (Bones), la rehabilitación de Charlie Sheen cuando estaba en Two and A Half Men o la fractura de la pierna de Kaley Cuoco de The Big Bang Theory; los forzados por la poca confianza de las cadenas una vez el programa se ha estrenado y ha recibido bajas audiencias, como el caso de Outlaw o Law & Order: LA este año, un previo paso a la cancelación; o los parones sin más remedio como el que sufrió One Tree Hill este verano por culpa de un huracán.
Quizás el volver a grabar ciertos episodios o cambiar la estructura de una serie ayude a que esta tenga éxito, o quizás no, pero lo que está del todo claro es que a día de hoy nada se puede pasar por alto de cara al éxito de una serie. Y vosotros, ¿qué pensáis? ¿estos parones merecen la pena? ¿recordáis algún otro caso?
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