Al fin ha llegado el momento, anoche vio la luz en EEUU (hoy en España) uno de los estrenos más esperados del otoño: el Watchmen de Damon Lindelof (Lost, The Leftovers) que poco tiene que ver con el cómic original de Alan Moore y Dave Gibbons publicado en los años 80. Y digo esto porque si, como yo, no has leído el cómic ni visto la película, puedes ver la serie sin problema. Una lectura rápida de la página de Wikipedia debería bastar para ponerte al corriente de lo más importante y entender las referencias. Si, por el contrario, eres fan de Watchmen, espero que sepas perdonarme por la intromisión.
Aunque están presentes algunos de los personajes originales, no es una adaptación del cómic, sino más bien una continuación de la historia treinta años después, con nuevos personajes y nuevas luchas. Lindelof traslada la historia a un 2019 alternativo, a un Tulsa dividido en el que los conflictos raciales siguen muy presentes casi un siglo después del gran ataque con el que comienza la serie. Como él mismo cuenta, el cómic surgió en un contexto político concreto, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan controlando el mundo, y la serie nos traslada a algo más actual, a la América de Trump, del racismo y la violencia policial.
Y es que la violencia está muy presente en la serie, por eso los policías de Tulsa patrullan ocultos tras una máscara para preservar su identidad y evitar así ser identificados por los miembros del grupo supremacista blanco conocido como Séptimo de Caballería -que se esconden a su vez tras la máscara de Rorschach- que ya atacó en el pasado y de forma organizada a los policías de la ciudad.
Una de esas policías, que tras los ataques patrulla en secreto bajo la identidad de Sister Night (Regina King, The Leftovers), inicia una investigación a partir de un hecho que, por supuesto, no voy a desvelar y que rápidamente le llevará a descubrir que el Séptimo de Caballería está más activo que nunca y preparado para atacar.
No voy a contar nada más sobre la trama, que no he venido a fastidiarle la serie a nadie, solo decir que desde el primer momento la intención de Lindelof fue la de crear un producto nuevo usando como base el cómic del que él es fan desde su adolescencia como él mismo cuenta en este post. Quería hacer su propia historia y vaya que si lo ha conseguido.
Se nota su mano en cada fotograma, con una narración, una puesta en escena y una banda sonora (a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross) que recuerdan mucho a otra de sus grandes series, The Leftovers. Como pasara con esta serie, a veces, sobre todo en el primer episodio, nos sentimos un poco perdidos en la forma en la que se van presentando los hechos, pero visualmente es tan potente que es imposible despegarse de la pantalla, queremos saber más. Poco a poco vamos descubriendo cómo un hecho del pasado ha marcado el presente de los personajes. Su visionado requiere sin duda paciencia, dejarse llevar, disfrutar de la historia y su puesta en escena que, como es costumbre en las obras de Lindelof, busca jugar con el espectador, descolocarle, sorprenderle. Y lo consigue.
No se le pueden poner pegas tampoco a la elección de los actores, con una Regina King tan impresionante como siempre y unos Jeremy Irons y Jean Smart muy cómodos encarnando a dos de los personajes originales del cómic o un Robert Redford de presidente de EEUU. Aunque en el preestreno en la Comic Con de Nueva York Lindelof dijo que había hecho una historia cerrada por si la serie no era renovada, y que su continuidad en el proyecto en caso de que la renovación se produjera dependía en gran medida de la respuesta de los fans, no puedo concebir una continuación escrita por otra pluma que no sea la suya. Sí, Lindelof ha vuelto a hacerlo.
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