Es casi imposible acercarse a Vida perfecta sin prejuicios, por toda la polémica surgida en torno al despido de la actriz Aina Clotet por estar embarazada (no voy a entrar en debates porque ya está todo más que debatido) y porque Leticia Dolera es una polémica en sí misma desde que se proclamara feminista mayor del reino. Que sí, que muchas veces tiene razón, pero es que a veces hay que saber parar, y lo digo yo, que soy la más pesada.
Pero, claro, ¿cómo iba a dejar pasar una serie creada y protagonizada por mujeres (¿veis como soy una pesada?), que se trajo del último Festival de Cannes dos premios –mejor serie y mejor reparto- y que había despertado el entusiasmo de los que habían tenido la suerte de verla antes de su estreno? Imposible. Y qué buena decisión fue verla.
María (Leticia Dolera) es una mujer en la treintena con la vida calculada desde que era apenas una adolescente. Sabía lo que estudiaría, con quién y cuándo se casaría y, por supuesto, el pack se completaría con una hipoteca y unos hijos, que no falte de nada. Pero la vida es muy perra y tiende a tener más giros de guion que Perdidos, así que María no tardará en descubrir que los planes, por muy estudiados que estén, pueden saltar por los aires en cualquier momento.
Lo que le pasa y cómo lo gestiona es mejor descubrirlo con ella, acompañarla en esta nueva etapa de su vida en la que, por supuesto, no está sola. La acompañan su hermana Esther (Aixa Villagrán) y Cris (Celia Freijeiro), su mejor amiga desde la infancia. Cada cual lidia con sus problemas, Esther es una artista cuya carrera no termina de despegar y que ahoga sus penas en fiestas llenas de drogas y sexo esporádico, y Cris es una madre de familia ahogada por los malabarismos que supone conciliar vida familiar y profesional, sobre todo cuando tu pareja ayuda entre poco y nada, y que necesita una vía de escape que le ayude a sobrevivir.
Vida perfecta es el retrato de tres mujeres muy distintas, con problemas dispares que, al final del día y a pesar de todo, están siempre disponibles para sus amigas. Son mujeres reales, con problemas con los que puedes identificarte en mayor o menor medida (no hay que olvidar que plantea problemas del primer mundo de personas en una situación más bien acomodada) y que, sobre todo, es mucho menos pretenciosa de lo que podíamos esperar. No es la Girls española, pero tampoco lo necesita. Tiene su propia identidad y eso vale mucho más.
Vida perfecta habla también de diversidad funcional, de adaptarse y sobrevivir en un mundo que no siempre está pensado para las personas con discapacidad, o que no siempre les da las oportunidades que merecen. El personaje de Gari, interpretado por un maravilloso Enric Auquer, al que espero ver más a menudo en pantalla, es adorable y un pilar fundamental en la nueva vida de María. La serie habla también de padres que no te entienden, o a los que no entienden los hijos, que es muy de hijo (y millennial) echarle la culpa de todo a los demás, pero es que a veces un poco de culpa tiene también el contraste entre la vida en el pueblo y en la gran ciudad, dos mundos en los que el tiempo parece no pasar a la misma velocidad.
En definitiva, Vida perfecta habla de la vida, de los cambios, de las crisis, de las decisiones (sobre todo de las malas), un poco de ti y de mí y de esa amiga perdidísima a la que le has sujetado el pelo más de una vez mientras vomitaba y a la que has escuchado por enésima vez hablar mal de un tío al que ya no sabes cómo decirle que lo mande a paseo, de sitios comunes y de nuevos lugares que descubrir. Dale una oportunidad, anda.
COMENTARIOS