317 episodios. Muy pocas series llegan a esta cifra, casi todas las que lo hacen viven aferradas al "renovarse o morir" y, en el caso de nuestra Anatomía, parece que entienden las renovaciones como olvidar todo lo que debería haberles enseñado la experiencia. Este final de temporada de bajos vuelos —sí, echamos de menos los aeroplanos estrellándose más que nunca— reconfirma la tónica general de la temporada: tenemos buenas intenciones, las llevamos a cabo de aquella manera, intentamos echarnos unas risas incómodas entre la vergüenza y nos relajamos en el lodazal emocional que durante los 316 episodios anteriores hemos ido acumulando. La boda de Alex y Jo comparte todas las líneas de la serie en sí y, en especial, todos los errores que han hecho de la 14ª temporada la peor hasta la fecha.
Vamos a empezar por las principales damnificadas del curso. A principio de marzo saltó la noticia de que April y Arizona podían pasar a recoger el finiquito. Una decisión misteriosa donde las hubiera. Ninguna de las dos estaba acabada como otros maceteros pelirrojos, aunque tampoco en su mejor momento. Pero vamos, como hasta el apuntador a estas alturas de la película. Ambas se llevan respectivas tramas de pseudolucimiento: April con la crisis de fe y Arizona volviéndose una neurótica de la mortandad maternal. Ambas tramas se quedan en agua de borrajas hasta el punto de que una se estaba muriendo el viernes pasado y esta semana está divina de la muerte, sin la menor de las secuelas y con una dimisión ya en la mesa. La 14ª temporada en su máxima expresión: aquí paz y después gloria.
Las salidas no pueden ser más anticlimáticas. Llevamos desde la 11ª temporada sin matar gente. ¿Dónde está la esencia sanguinaria de la serie? ¿Dónde está el drama salvaje y demoledor contra el espectador? El terrorismo emocional de Shonda Rhimes lleva ya demasiado tiempo en su maleta de camino a Netflix y este final de temporada es prueba de ello. Finales felices para todos, parece ser la moda. Como si hubiera que ser complaciente con los personajes en vez de con la audiencia. ¿Para qué queremos que conviertan la serie en un happy place? Para eso pedimos el revival de Parks & Rec y que la Poehler se saque el MIR.
Y, eso sí, finales felices para los que se lo merezcan. Mujer blanca heterosexual, tienes derecho a una resurrección rápida y limpia, un novio sorpresa y una boda rebote. Querida lesbiana que lleva siendo mutilada diez años, te vas a conformar con un WhatsApp de tu ex mientras suena una canción suya de fondo. Ofendiditos a mí, hermanémonos y saquémosle punta a todo, pero no es de recibo tanto conservadurismo. Arizona Robbins, no te veremos casarte otra vez, pero te vas confirmada como un token gay character de esos que metían como chiste en las sitcoms de los noventa. Aplauso fuerte y lento.
Las celebraciones de la heterosexualidad tampoco es que vayan mucho más allá en el campo del entretenimiento. Alex y Jo tienen como principal conflicto el quedarse encerrados en una cabaña. ¿Con qué nos quedamos? ¿Con los ataques de risa en momentos inapropiados que lleva la serie por bandera desde el funeral de George o con ese conato de fuga de Jopelines a Boston? Chica, hace tres meses que estaban las listas de despido en la pared, no engañas a nadie con este dilema de si me voy o me quedo.
La boda, claramente en vista de las calidades del drama, se deja ver y disfrutar gracias a la comedia. Amelia intentando sacar del armario a su cuñada es oro y DeLuca metiéndole lengua a Meredith es simple y pura poesía. Como Jo y DeLuca tienen su unión como Los Bonitos en stand by, deberíamos lanzar una plataforma para que Meredith se eche un boy toy que le quite todos los males y ya está. Un yogurín de escaso talento interpretativo pero grandes dotes como modelo silente, que se lo ha ganado después de tantos años de martirio.
Lo de Amelia ya es género aparte. Nos damos por vencidos con ella. Jugar a las casitas con niños que se encuentra por la calle y Owen Hunt es tocar fondo. Abrazarlo de la manera más orgánica posible no es algo que podamos tratarle sin medicación prescrita por un psiquiatra y ya veremos qué 15ª nos da con el paquete que le viene de camino y que ojalá Seur le pierda. Siendo sinceros, Teddy apareciendo (otra vez) de la nada parecía un pegote de retorno barato. No podemos sacar a Addison del barbecho y Katherine Heigl está muy ocupada con su veto y su soterramiento de vida laboral, así que traemos a la desaborida esta para intentar hacer el apaño. Su preñez sorpresa salva los muebles como un cliffhanger que nos apetece ver desarrollado la temporada que viene. A ver cómo se encajan en esa casa ahora con tres niños, tres padres y ese chocho de árbol genealógico que tienen montado.
¿Quién sale gloriosa del episodio? Meredith. Al menos. Meredith roba la boda de manera espectacular con la herramienta base desde ese último homicidio televisivo que comentábamos antes. Igual por eso ya no matan personajes, porque claramente nada puede superar lo de Derek. Meredith y el fantasma de los ojitos tiernos son la apuesta segura para que no todo en una crítica sean palos. Y, la verdad, ver cómo aguanta una serie y una protagonista sin su principal muleta dramática es el único motor que nos queda. Meredith Grey y la viudedad como tema y trama que sólo una serie puede explorar tras 317 episodios. La mujer que sobrevive, la mujer que tiene derecho a todo, a manipular las novias de su mejor amigo, a tener un mejor amigo sin sexo mediante y a dominar el universo y nuestra voluntad cuando perfectamente podríamos estar de terraceo en vez de sufriendo cada viernes con tanta desgracia malamente guionizada.
Y por eso, señores, volveremos en el 318.
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