Bienvenidos al mes fantástico de Ryan Murphy. Tras el tropezón que nos dio con 9-1-1, ayer volvió nuestro Ryan favorito: el del exceso, el del morbo, el de la explotación de sus musos y, ante todo, el que sabe arrancarnos la ovación. La segunda entrega de American Crime Story llega llevando el concepto de la antología aún más al extremo. Marcia y los tribunales quedan en el pasado, y si con O. J. hicieron del mundo judicial su reino, Murphy ahora opta por las profundidades de la psique del asesino como terreno de juego.
Sarah Paulson se toma un descanso para ceder su trono de niña bonita de Ryan a Darren Criss, quien en 2010 llegase a Glee para robarle el corazón al guionista e irritar al común de los mortales con su ilógico protagonismo y tramas del calibre de "Blaine quiere legitimar el twerking en horario escolar". Eso eran los tiempos del musical, y esto es la gloria llamando a su puerta. Ryan vio algo en él, y tras un triste cameo en la trágica quinta temporada de American Horror Story, le regala a su protegido el personaje y la serie que le van a garantizar trabajo de aquí a la próxima edad de oro de la televisión.
Interpreta a Andrew Cunanan, un inteligente joven con serios desequilibrios psicológicos que abarcan desde unos delirios de grandeza más allá de lo insalubre hasta unas tendencias mitómanas que casan en perfecta armonía para deleitarnos con un retrato de férreo gancho. Él es, sin duda alguna y hasta por encima de aquél que pone el nombre a la temporada, el motor para estos 9 episodios a base de desquiciamiento, manipulación y pura demencia. Criss domina el plano con un retorcido encanto altamente magnético. Como ya nos pasó con Dexter o el Norman Bates de Freddie Highmore, Cunanan va directo al podio de psicópatas televisados a los que es un placer ver dar mal rollo.
A diferencia de The People v. O. J. Simpson, The Assassination of Gianni Versace reduce su reparto principal a cuatro, y eso juega en favor de quienes preferimos la dimensión personal/emocional al caso de banquillo, jurado y veredicto. Frente a Criss, Édgar Ramírez se pone en el papel del modisto con su primera interpretación relevante en televisión, quedando en un segundo plano y dándonos a entender que él ha venido aquí a ser asesinado y los focos se van a repartir entre su peligroso admirador y su hermanísima. Cómo no: ella. El espectáculo de ver a Penélope Cruz interpretando a Donatella con ese acento tan característico de la italiana y que se le queda más cercano a Alcobendas que a Calabria. El cuarto en discordia, nada más y nada menos que otro amigo de la factoría Murphy, Ricky Martin, se queda pendiente de testar en profundidad como novio de Versace tras sólo un par de pinceladas durante estos primeros 50 minutos.
Este hiperclimático primer episodio ha sobresalido por la finura en la composición entre imagen y música, y no deberíais tardar mucho en reconocer las secuencias perfectamente orquestadas por un experto en materia de dirección como es Ryan Murphy. Murphy ha llegado a un punto en el que sabe cómo quiere que veamos sus series, a una madurez formal y visual en la que él se siente cómodo y nosotros más todavía. Con su calidad, sus filtros, su limpieza en pantalla y su puesta en escena bien de billetes. Selección de localizaciones de ensueño y su habitual esmero en recrear los 90 a los que siempre parece apuntar nostálgico. Si a los mandos este hombre salva hasta el más mediocre procedimental, ¿qué podría fallar con un guion en condiciones?
Siguiendo con el asunto del guion, cabe recordar que los showrunners originales de American Crime Story, Larry Karaszewski y Scott Alexander, abandonaron el barco antes de Katrina siquiera, la que teóricamente iba a ser la segunda entrega de la saga. El fin de la rectitud de juzgado es todo un respiro y promete una temporada cuyos pilares son la pasión y la entraña descarnada. Parece tomar el relevo tras el teclado Tom Rob Smith, a quien debemos London Spy. Y ya sólo por tener ese crédito, esperamos un gran ejercicio de escritura de las relaciones en lo más turbio de la condición humana.
Versace ha demostrado muchísimo potencial en la totalidad de los aspectos, no sólo el actoral y el técnico como ya hemos aplaudido bastante. Viene cargado de mensaje, de los 90 y la homosexualidad, del estigma del SIDA velado pero presente, de los armarios, de la libertad y la represión. No llegó a ser el caso que paralizase Estados Unidos como ocurriese con O. J. Simpson y eso se traducirá en las audiencias, pero como drama de alta gama e incluso thriller, conquiste o no a la Academia en los próximos Emmys, tanto el espectador de andar por casa como el de paladar más exigente encontrarán en esta nueva historia del crimen americano una elección infalible al descubrir o redescubrir qué fue lo llevó a la muerte del diseñador.
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