Los británicos nos tienen acostumbrados a las series de calidad, pero con The State han dado un paso más allá tratando un tema tan actual como controvertido: el terrorismo islámico. Con el recuerdo de los atentados de Barcelona aún fresco en la memoria y en un momento en el que la amenaza es permanente, Peter Kosminsky (Wolf Hall) nos traslada a Siria y nos muestra el Estado Islámico desde dentro a través de la mirada de un grupo de ingleses que, por distintas motivaciones, deciden luchar por la causa.
La serie empieza precisamente con el viaje de esos jóvenes entre los que encontramos una médica que va acompañada de su hijo de nueve años, dos amigos radicalizados de los cuales uno ya perdió a un hermano en la guerra –y cuyo objetivo también es saber cómo murió-, o una joven con una idea un poco dispersa del amor y de lo que supone ser la mujer de un guerrillero y a la que le gustaría ser “una leona entre los leones”.
Cuando llegan a Siria todo parece idílico. Las mujeres son recibidas en un pabellón en el que resuenan las risas y los hombres juegan en la piscina tras un duro día de entrenamiento. Tenemos la impresión de ser testigos de las vacaciones de un grupo de amigos que viajan a un resort bastante peculiar, aunque, evidentemente, los protagonistas no tardan en darse cuenta de que no es oro todo lo que reluce y que la vida no es tan idílica como se la habían vendido.
Del pasado de los personajes no conocemos nada o casi nada, sabemos que han contactado con el ISIS a través de la redes sociales pero no sabemos cómo ni por qué se ha producido ese intercambio, qué les ha llevado a abandonar un país en el que a priori gozan de libertad para someterse a un régimen en el que las mujeres son menos que nada las unas, y dar su vida por la religión (en fin, su versión de una religión) los otros. Este desconocimiento dificulta que podamos entender a los personajes y sus motivaciones, que se nos muestre cómo han sido captados y convencidos para dejar atrás sus vidas y empezar de cero en un país sin esperanza para involucrarse en la creación de un nuevo Estado en el que los derechos civiles brillan por su ausencia y en el que la vida de las personas no vale nada.
Pero el creador consigue convertir este defecto en una virtud, y es que ese desconocimiento permite que se cree una intriga en torno a los personajes y el cómo se van a comportar en cada situación. Permite también que no tengamos prejuicios sobre ellos y que nos limitemos a observar quiénes son ahora y que, a pesar de la incomprensión de sus actos, lleguemos a tener cierta empatía con ellos en determinadas situaciones. Personalmente hubiera apreciado contar con más información, haber podido conocerles antes de dejarse embaucar por los radicales, saber cómo eran sus vidas… Cuatro episodios no dejan mucho margen y hay que centrarse en lo que se quiere contar –lo cual es una ventaja para evitar las tramas sin sentido y los episodios de relleno- pero creo que aquí había material suficiente para hacer una temporada un poco más larga.
Es probablemente la única pega (en todo caso la más grande) que puedo encontrarle a una serie cuya crudeza en ocasiones me ha helado la sangre. Hay imágenes de violencia explícita no aptas para todas las sensibilidades y algunas de las atrocidades que se cometen hacen que te revuelvas de impotencia. El trato denigrante a las mujeres, el lavado de cerebro que se le hace a los niños, los cadáveres, las ejecuciones… es, como mínimo, incómodo de ver. A pesar de la dureza es una serie que merece muchísimo la pena, tanto por la calidad del guion como de las interpretaciones y porque nos abre la ventana a un mundo que conocemos de oídas y que nos ayuda si cabe a entender las atrocidades que son capaces de cometer en nombre de Dios. Bueno, entenderlo es imposible, más bien nos permite ver cómo actúan sin pensar, cegados por un fanatismo que en ocasiones han mamado desde niños. En España, la serie se emitirá en National Geographic a partir del 18 de septiembre.
COMENTARIOS