Si me preguntaran cuál es mi serie favorita de 2016 seguramente me olvidara de la existencia de Better Things, aunque lo cierto es que en su momento me tocó con bastante intensidad por razones más que evidentes (como señaló aquí Diego). La joyita de Pamela Adlon, a base de humildad, sencillez y honestidad consiguió sorprenderme, romperme y hacerme replantear ciertos aspectos sobre la familia, la maternidad (en el sentido de la relación con mi propia madre, obviamente) y esa figura tan poco (o mejor dicho, mal) representada en la ficción televisiva que es la madre trabajadora de a pie. Lo suficiente como para que cogiera el móvil para llamar a mi madre con mayor asiduidad. Si bien aunque no tengo tantos referentes como me gustaría y la Pam de la pantalla poco o nada tiene que ver con mi madre (ni, seguramente, con la tuya), su lucha diaria ya no solo por ser un mejor referente para sus hijas sino por ser una persona de bien es clave para comprender tanto lo que representa la serie como lo que deberían representar para nosotros.
En esas estamos, con una segunda temporada recientemente estrenada en HBO España (procedente de la FX estadounidense), cuyo primer episodio viene a representar todo lo que Better Things es: la fiesta más incómoda posible. Pamela Adlon continúa bombardeándonos con lecciones admirables y no necesariamente moralizantes a través de su práctica de la maternidad perfectamente imperfecta, lidiando con sus propios problemas (que no son pocos) y dejando que sus hijas se enfrenten a los suyos, vigilando en la distancia y actuando cuando ya no pueden más, cuando piden ayuda. Y también metiendo la pata, cómo no.
Este primer episodio sirve como balance de situación, colocando a todos los personajes, incluso los más diminutos, en el plano de acción de nuestra protagonista, al mismo tiempo que siembra algunas de las semillas que veremos crecer esta temporada. Todo ello obviando, de una manera premeditada y admirable, cuestiones que sí podrían llegar a provocarnos curiosidad y que seguramente no deberían. Sin ir más lejos, la identidad sexual de Frankie no será un tema a tratar esta temporada. Tanto en la ficción como en la realidad, Pamela Adlon ha rechazado etiquetar algo que no necesita etiqueta alguna: en la serie, Frankie está descubriendo su propio camino y Adlon ha considerado inoportuno entrometerse. Por cosas como esta tenemos que quererla.
Better Things únicamente está interesada en contar sus verdades, por crudas que sean. Su habilidad para impactar emocionalmente en el espectador sin recaer en mazazos sentimentales o en la obvia moralina que tan fácilmente podría apropiarse de su mensaje convierte a esta serie sencilla en una realmente respetable. Sus personajes, alejados de los clichés y de desprovistos de cualquier atisbo de dulzura, conquistan desde el primer momento; sus historias, aunque en ocasiones muy lejanas a nosotros, se sienten nuestras; sus reflexiones, perfectamente asumibles e incluso ejemplares (aunque Adlon no tenga esa intención persuasiva). Curiosamente, Better Things es una serie bonita precisamente porque trata de evitar serlo. Es bonita porque se siente de verdad, y eso es lo más importante que le puedo pedir a una comedia como esta.
Los críticos que ya han visto varios episodios de la segunda temporada coinciden en que Better Things es mucho más contundente, y no puedo esperar a descubrir cómo. Ni siquiera me imagino cómo será esto posible.
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