Supongo que el día que Chuck Lorre, que cuenta en su currículum con series como The Big Bang Theory, Two and a Half Men o Mom, presentó este proyecto a los señores de Netflix encargados de dar luz verde a las series, les llevó un poco de la marihuana de la que tanto se habla en Disjointed. Otra explicación no veo.
Supongo también que si Kathy Bates, que a estas alturas de la vida no tiene que demostrarle nada a nadie, abandonó a Ryan Murphy y su American Horror Story para aceptar este rol es porque le pusieron delante un cheque con muchos ceros, tantos que firmó el contrato sin leer el guion. Porque no, por mucho que sea una serie original de Netflix o por mucho que Chuck-rey-de-la-sitcom-Lorre esté al mando, nadie con una carrera como la de Bates estando en su sano juicio aceptaría embarcarse en semejante proyecto.
No quiero limitarme a enumerar todos los defectos de la serie (no tenemos todo el día), ni a hablar de lo predecible de sus chistes, lo estereotipados que son sus personajes o el tedio que supone enfrentarse a la casi media hora que duran sus episodios. No, quiero intentar decir algo bueno. Si en algo arriesga esta sitcom al uso es en el tema que trata: la venta legal de marihuana. Resulta impensable a día de hoy imaginar que una de las grandes cadenas norteamericanas se atreviera a abordar el tema en primetime.
En los estados en los que la venta de marihuana —ya sea para uso medicinal o recreativo— es legal existen dispensarios como el que regenta Kathy Bates en la serie. Ruth, que así se llama la protagonista, lleva décadas defendiendo las propiedades y los beneficios del consumo del cannabis. Que utilicen la imagen de una mujer madura y aparentemente en sus cabales (si fuera un adolescente colgado el resultado no sería el mismo) para hacer apología, si es que se puede denominar así, del uso de esta droga es un riesgo que muy pocos se atreverían a tomar.
Este es probablemente el único punto positivo que tiene la serie. Por lo demás es un festival de clichés, de risas enlatadas (o al menos lo parecen a pesar de estar rodada con público), de chistes predecibles sin ningún tipo de gracia y con unos personajes tan chirriantes que es imposible empatizar con ellos. Desde Travis, el hijo mulato de Ruth que da pie, por supuesto, a chistes sobre hombres negros, a los jóvenes que trabajan con ellos: una asiática que no se atreve a decirle a su madre que ha dejado los estudios de medicina para dedicarse a la venta de marihuana, Pete, el joven colgado que cultiva y habla con las plantas y Olivia (Elisabeth Alderfer, Unforgettable), la chica mona necesaria para emparejarla en algún momento con Travis. De la pareja de youtubers no puedo decir más que su simple presencia en pantalla me daba ganas de ahorcarme y bueno, el personaje más desaprovechado, el de Carter (Tone Bell, Bad Judge), un exsoldado cuyo estrés postraumático podría haber dado lugar a una trama interesante. Ante semejante panorama, y a pesar de que ella está impecable, es impensable esperar que Kathy Bates salve los muebles ella sola.
Mientras que en Mom Chuck Lorre ha sabido hacer humor de un tema tan delicado como las adicciones, aquí se queda en la superficie, en el chiste fácil y los personajes planos. Nada que ver con High Maintenance, la sobresaliente serie de HBO en la que seguimos las andanzas de un vendedor de marihuana y sus clientes. Claro que el tono es el mismo, pero es la prueba de que puede hacerse un producto de calidad sobre el tema. Disjointed entra con fuerza en la lista de peores series de Netflix, ¿pasará la criba una vez que la segunda tanda de episodios se estrene? Por el bien de todos esperemos que sepan parar este despropósito.
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