William Shakespeare vuelve a la pantalla con una producción de diez capítulos a cargo del guionista de Moulin Rouge!, Craig Pearce, para el canal TNT. En esta ocasión no se trata de una adaptación de Romeo y Julieta o una de sus múltiples obras célebres, sino de la vida privada del dramaturgo, de la cual existen muy pocos hechos documentados. Pearce ha decidido enfrentarse al hándicap que supone crear una pieza biográfica sin una documentación sólida creando una versión moderna y algo rockera de un Shakespeare que, con tan solo 20 años, decide dejar a su familia y viajar a Londres para cumplir su sueño de ser actor.
El joven Shakespeare es representado como un joven atractivo, extrovertido y soñador que está destinado a triunfar en el mundo del teatro. Will, interpretado por el inexperto actor Laurie Davidson, hará todo lo posible para convertirse en un artista de renombre, aunque para ello tenga que demostrar que es el rey de la dialéctica participando en una especie de "batalla de gallos" poética. Por suerte, el dramaturgo enamorará a la encantadora Alice Burbag (Olivia DeJonge), hija de un director de teatro que, desesperado por encontrar una obra que convenza a su público, le dará a Will la oportunidad de representar su obra Edward III y conseguir así un éxito teatral instantáneo.
Como cualquier buena tragedia de Shakespeare, los obstáculos se interpondrán en su camino. En primer lugar, porque tiene una esposa y tres hijos que aparecen brevemente en el primer episodio y serán un impedimento en su relación con Alice. En segundo lugar, y crucial para el marco del espectáculo de Londres de finales del siglo XVI, es que Will es católico en un mundo donde no ser protestante puede enviarte directamente a la horca. Además, tendrá que lidiar con la sombre del también dramaturgo Christopher Marlowe, interpretado magistralmente por el actor Jamie Campbell Bower, quien no sólo aparece como digno rival poético de Shakespeare, sino también como admirador.
La historia está ambientada en 1580 pero las imágenes y, especialmente, la banda sonora compuesta a base de guitarra eléctrica son más propias del siglo XXI. La estética visual de la serie resulta muy chocante porque presenta una gran mezcla de culturas y épocas. Sin ir más lejos, cuando Will llega a Londres se cruza con personajes variopintos que visten desde trajes de leopardo hasta chaquetas "moteras", pasando por una gran cantidad de coloridos tejidos étnicos más propios de la India que de la época isabelina. Además vemos que las paredes de un callejón londinense están cubiertas con carteles en color producidos en masa, algo que solo podría suceder si la Revolución Industrial se hubiese adelantando dos siglos.
En este sentido no podemos compararla con series con rigor histórico como pueden ser The Crown o Genius, centrada en la vida de Albert Einstein, las cuales pretenden ganar valor a partir de una revisión histórica concienzuda que sirva para fidelizar al máximo los vestuarios, escenarios y personajes. De este modo, Will es una serie que rompe con estos moldes clásicos y pretende hacer borrosa la línea entre la realidad y la fantasía, buscando siempre la extravagancia. Poco caso le hicieron los creadores al propio Shakespeare, cuya cita célebre decía que “el valor está en lo discreto”.
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