Grace and Frankie no tiene la misma suerte que la mayoría de sus compañeras en Netflix. Cuando la comedia protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin lanza una nueva temporada, no se convierte en la comidilla del fin de semana en redes, sino que pasa bastante desapercibida. En parte, es normal: es simplemente una serie agradable y reconfortante cuya trama no da demasiados vuelcos, y su humor no es demasiado ácido ni arriesgado. Sus pocos fans no hacen ruido y su público, realmente, no está en Twitter.
No obstante, su tercera temporada ha sido la mejor hasta la fecha y se merece una reseña. Sigue sin ser una serie perfecta ni imprescindible, pero tiene en mitad del enredo cómico un aire cotidiano reconfortante —que recuerda de vez en cuando a cosas como Everwood, Brothers and Sisters o Jane The Virgin— mucho mejor conseguido que, por ejemplo, This Is Us en el plano dramático. Grace and Frankie es una comedia, sí, pero su tono, muy bien equilibrado, y sus arcos argumentales son más parecidos a los de un drama familiar.
Por quitarnos primero los lastres, hay que mencionar que el principal problema que tiene Grace and Frankie es que las tramas de Sol y Robert no funcionan demasiado bien. Es muy loable que una serie (dirigida, además, a una audiencia madura) se decida a mostrar el día a día de una relación homosexual en la tercera edad, pero por desgracia los guionistas no saben escribirles historias con algo de chispa. Sus escenas son, como mucho, simpáticas y normalmente estorban, pues a quienes queremos ver realmente es a las dos protagonistas y a sus hijos, a quienes cada vez retratan mejor.
Es natural que no quieran prescindir de dos actores como Sam Waterston y Martin Sheen y, además, sus personajes sí que funcionan en las escenas corales, por lo que la decisión que han tomado de mantenerlos en la serie pero reducir considerablemente su presencia es, haciendo balance, un acierto. Todo el drama que vivieron el año pasado es ahora agua pasada y, por otro lado, el rencor que Grace y Frankie les guardan cada vez es menor. De este modo, la relación entre los cuatro es mucho menos violenta y su dinámica más divertida.
Entre los hijos de las protagonistas, está claro que Brianna (interpretada por la estupenda June Diane Raphael) es la robaescenas y sus frases son lo más parecido que vamos a encontrar en Grace and Frankie al humor irreverente. Pero este año, además, se han explotado más sus inseguridades y preocupaciones, con lo que ha ganado en matices, como también lo han hecho Coyote y Mallory. Sin embargo, cuando llega el final de temporada y sus tramas quedan en standby está claro que la serie no está demasiado interesada en ellos, porque las únicas estrellas de la serie son los personajes que le dan nombre.
Es cuando se centra en su relación de amistad, y, desde este año, empresarial, cuando Grace and Frankie gana relevancia, por lo poco habitual que es ver en televisión a dos mujeres que pasan de los 70 siendo las protagonistas. Es muy complicado presentar a dos personajes tan distintos entre sí y que su amistad no parezca forzada, pero es algo que su creadora, Marta Kauffman ya hacía en Friends y vuelve a conseguir sin despeinarse. Las diferencias que surgen entre las dos protagonistas son muy creíbles, pero también son auténticos los momentos en los que la serie nos cuenta lo mucho que se necesitan la una a la otra.
Todo esto no puede atribuirse solo al talento de Fonda y Tomlin (aunque, sin duda, influye): por primera vez desde que se estrenó, Grace and Frankie ha puesto sobre la mesa la idea de que quizá Grace y Frankie no vayan a pasar el resto de su vida (dure lo que dure) juntas, sino que esta convivencia que ambas han aprovechado para reconstruirse emocionalmente es pasajera. Y si el hecho de pensarlo hace que nos deprimamos un poco es porque, poco a poco, los guionistas de la serie han hecho un muy buen trabajo con ellas.
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