Poco o nada se ha hablado en nuestro país de la perturbadora Born to Kill, miniserie de Channel 4 cuyo cuarto y último episodio se emitía hace sólo unos días, y nosotros estamos aquí para remediarlo. Oscura, dramática e intrigante de principio a fin, es obra de dos mujeres con una gran carrera a sus espaldas como son Tracey Malone (Rillington Place) y Kate Ashfield (Line of Duty). Cuando surgió la idea del proyecto, ambas tenían claro que el protagonista tenía que ser un adolescente, que tenía que ser un chico y que el objetivo era descolocar al espectador. Y vaya que sí nos han descolocado.
Born To Kill es la historia de un joven dulce y encantador, atento con su madre –que le ha criado sola tras la desaparición de su padre-, siempre dispuesto a defender a los más débiles, que pasa su tiempo libre leyendo historias a ancianos ingresados en el hospital y que esconde un horrible secreto: es un psicópata sin remordimientos. Jack Rowan (Beowulf) demuestra su inmenso talento siendo capaz de marcar el paso de una personalidad a otra con solo una sonrisa o una mirada, provocando de paso sudores fríos en el espectador.
Una de las claves de la serie es el hecho de que el espectador sea consciente en todo momento del doble juego de Sam. Que le vea ensayar frente a la cámara de su móvil la dramática –y falsa- historia de la muerte de su padre, que sea capaz de intuir cuál será su siguiente golpe y viva en tensión permanente y con las uñas clavadas en el sofá esperando a que llegue. Y llega, y siempre es más macabro de lo que esperabas y, a pesar de hacerte creer que lo conoces, es capaz de sorprenderte y tenerte en vilo episodio tras episodio.
Es todo tan evidente que te sorprende que nadie a su alrededor se dé cuenta de cómo es realmente, que sea capaz de manipular a todo el mundo a su antojo, cometer crímenes horribles y seguir con su vida como si nada. No tiene empatía, es despiadado y vive marcado sin saberlo por un shock que vivió en su infancia. Una suerte de Dexter Morgan pero sin necesitar justificar sus crímenes. Él lo hace por placer, y se nota.
El problema de Sam es que es joven e inexperto en esto de la psicopatía y va dejando pistas tras de sí. El espectador, que una vez más es testigo de todo, no puede evitar pensar “cuidado con eso que te van a pillar” y, cuando crees que no habrá episodio más redondo que el segundo, llegan el tercero y el cuarto. Y tú, como testigo privilegiado, crees que sabes todo lo que está pasando, que está todo el pescado vendido y que, en cierta manera, Sam te ha engañado un poco. Pues no, querido espectador, quédate hasta el final porque Sam es fiel a sí mismo y a su locura y tiene un as bajo la manga. Ese as nos deja un final redondo en cierta manera, pero con preguntas en el aire que podrían dar lugar a una segunda temporada en el futuro. Creo que no es la intención de las creadoras, pero, por si nos leen, desde aquí les decimos que no nos importaría tener un poco más de Sam y todo lo que le rodea.
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