Mucho se ha hablado en las últimas semanas de la primera producción española original de Netflix, Las chicas del cable, que estará disponible en la plataforma a partir del próximo viernes 28 de abril. Y no es para menos, ya que no se puede obviar la importancia del lanzamiento a nivel mundial de una serie española y la visibilidad que eso va a aportarle a la ficción de nuestro país. El reto era importante y, aunque Las chicas del cable no es una serie redonda, convence. Su baza principal es un elenco lleno de caras conocidas (y jóvenes), historias de amor, una intriga que consigue mantener el interés a lo largo de los episodios y la etiqueta de ‘serie feminista’ que pretende ampliar el target de espectadores.
La productora encargada del proyecto ha sido Bambú (Gran Hotel, Velvet) y, como podéis imaginar (si es que aún no habéis visto el tráiler), no han arriesgado demasiado y han optado por lo que mejor saben hacer: las series de época. En esta ocasión nos trasladamos a 1928, a las instalaciones de una compañía telefónica de cuyo nombre no quieren acordarse —por aquello de que su plataforma de VOD es competencia directa— en el que trabajan un grupo de mujeres adelantadas a su tiempo que luchan por su independencia. Hasta ahí todo bien.
Le elección de las actrices, entre las que encontramos a Maggie Civantos (Vis a Vis), Ana Fernández (Los Protegidos), Ana Polvorosa (Aída), Blanca Suárez (El Internado) o Nadia de Santiago (Amar en Tiempos Revueltos) es irreprochable. Por una vez, y sin que sirva de precedente, encontramos un casting bien compenetrado, sin grandes diferencias en el nivel interpretativo y que no se pisan los unos a los otros en pantalla. En la parte masculina del elenco principal destacan Yon González y Martín Rivas (ambos de El Internado). Los creadores han decidido tirar de caras conocidas para atraer la atención de un público joven hacia una serie cuya temática interesaría principalmente a un público femenino de mediana edad y, aunque confieso que tenía reticencias respecto a algunos de los nombres, les sale bien y consiguen un casting bastante redondo.
Pero no todo iba a ser perfecto. A pesar de contar con los ingredientes necesarios para enganchar al espectador, esto es, personajes interesantes (sobre todo los femeninos), romances y una intriga que se mantiene a lo largo de la temporada, un problema de la serie es la falta de originalidad de sus tramas. Han elegido el camino fácil recurriendo a historias que ya hemos visto antes en otras producciones de la casa y que sabemos que funcionan: la pareja que se reencuentra tras muchos años sin tener noticias el uno del otro, las relaciones personales entre los jefes y las trabajadoras, los jóvenes de provincias un poco perdidos en su llegada a la capital... cosas que empañan lo que podría haber sido una magnífica serie feminista sobre un puñado de jóvenes que antepone su trabajo y su independencia a las relaciones con los hombres, que son luchadoras, que lidian con su sexualidad en unos tiempos en los que era un tema tabú, que se rebelan contra relaciones abusivas y que son un ejemplo de sororidad a pesar de acabar de conocerse. Si bien es cierto que esto no debería suponer un problema en el extranjero, en España las comparaciones con otras series de la misma productora son inevitables y es una pena.
Otra cosa que me ha llamado la atención, y supongo que esto sólo le resultará molesto a los más puritanos, es que, en una serie en la que los decorados y el vestuario están tan cuidados, que busca recrear de una manera fidedigna el ambiente de principios de siglo XX, se haya decidido usar música actual. La banda sonora, que cuenta, por ejemplo, con temas de la banda juvenil Sweet California, rompe para mi gusto completamente con el ambiente de la serie, y en ocasiones es tan estridente que pisa los diálogos y hace que se pierda totalmente el peso de la conversación entre los personajes, así como el de la intriga. Lo mismo que la voz en off de Blanca Suárez, que a menudo peca de ñoña y, lo que es peor, es demasiado explícita con el espectador, dándole una información que sería mucho más interesante descubrir a través del comportamiento de los personajes.
A falta de ver la acogida que tiene por parte del público tanto dentro como fuera de las fronteras, y a pesar de los fallos citados, creo que Las chicas del cable está por encima de la media de las series españolas en cuanto a calidad se refiere. Tiene unas tramas que, aunque desiguales, consiguen mantener el interés, gracias en parte a la supresión del exceso de metraje al que nos tienen acostumbrados las series de este nuestro país. La primera temporada está compuesta de ocho episodios —de los cuáles nosotros hemos tenido acceso a seis— de una media de cincuenta minutos de duración. Ojalá cunda el ejemplo en la ficción patria y empecemos a hacer productos más exportables. Mientras tanto, disfrutemos de ella.
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