¿Qué le pasa a Jopelines que lleva 85 horas seguidas trabajando entre un hospital y otro, pero hasta la celadora becaria se ha enterado antes que ella que su Alex ya no va a ir a la cárcel? La célebre anónima se pone detrás del micrófono del karaoke y presta su voz al off de este episodio tan bien repartido (sin ironía, palabrita del niño Jesús), pese a que no se entienda a santo de qué la ponen a leer cuatro líneas. Ellen, cada día me trabajas menos, chata.
El Alexgate, señores, ha llegado a su final. Tras una resolución que rozaba un muy procrastinado ex machina, la narradora suplente vuelve a abrazar al que no sabemos si es aún su novio, su prometido, su cocinero o el gusiluz que le gusta llevarse a la cama por las noches. Alex es oficialmente libre de los tan graves cargos con los que se lleva haciendo apocalipsis judicial durante medio año. Total, si no les importa a los jueces, fiscales, abogados y demás, ¿por qué nos iba a importar a nosotros que todo haya sido un trámite de chirigota?
Andrew DeLuca, bonito como él sólo y, citándole textualmente, a pretty good guy —con hincapié en el “pretty”, que ahí te he visto la humildad— que tenía el sueño desvelado en el momento preciso, prefirió parar el hundimiento de su archienemigo por la bondad de su pretty good corazón. Y por su pretty good amiguita bonita. Pretty good también va a ser el comentario postcoital que el chiquillo se está trabajando. Pico, mazo, pico, pico, mazo. Todo por Jopetas. ¡Será por mujeres! U hombres, si nos aferramos perramente a alguna tensión sexual homoerótica subyacente entre él y Alex para amenizar este sinsentido de desenlace al caso. Pero no, el chaval tiene que ir justo a por la única cuyo nombre no podrá gritar en la cama. "Oh, sí, ø, dámelo todo".
El conflicto Minnick-Webber se ha convertido en toda una reyerta armada. Con rotuladores rojos y estrellitas en la pizarra. A Meredith Grey, que se pasa las peloteras del resto y las contraofensivas moderadamente organizadas por el estetoscopio, le ha costado la suspensión de empleo y sueldo. A su vez, dicho estetoscopio ha sido autopasado por sí mismo en una meta-sudada de huevos legendaria. A ver si nos aclaramos: Meredith Grey nunca ha querido ser médico. Si la despides, le haces un favor. Ella sólo quiere ser capataz. De hospital, de granja, de obra en tiempos de la burbuja inmobiliaria. De lo que sea, pero a ella le toca un pie todo. Y por eso la queremos.
El fulminante despido temporal de Grey ha sentado como un jarro de agua fría entre las minadas filas del Sector Senil. Aquí entra en acción April Kepner como nuevo animalico al que condescender. ¿Sufre el personaje de April Kepner algún tipo de desbarajuste de la percepción o realmente piensa que ella es tan “powerhitter” como Meredith Grey? Esto es una pregunta seria y en esta serie no tienen psiquiatras suficientes.
April, en su hasta ahora más discreta temporada, nos ha regalado la más sonora carcajada de lo que llevamos de lustro. Eso sí, con la tontería de vivir desconectada de la madre nodriza, ha caído en la jefatura del departamento de Medicina General. Y aquí empieza nuestra nueva trama favorita: April Kepner is the new Grey. Abuela, las Indasec, por favor.
Una vez terminado El club de la comedia, quedan un par de asuntos por tratar. Estamos encantados de conocer a Mama Pierce. La señora venía a hacer una invasión habitual al polluelo fuera del nido y acaba con un cáncer. La mujer, que querría la clásica lipoescultura de manos de apolíneo cirujano plástico, termina con todas las papeletas para ser la siguiente en estirar la pata. Probablemente una pata sin celulitis, pero estirada igualmente.
El lado más territorial de Maggie toma control sobre ella. Si hubiese sacado estos arrestos en el cortejo con Riggs, otro gallo le hubiera cantado. U otro espolón le hubieran clavado, depende de cómo os hayáis levantado hoy. La pregunta es: ¿volveremos a ver a Mama Pierce dentro o fuera de un ataúd? Porque esto es lo típico que te sirve para martirizar a un personaje durante cuatro o cinco episodios, y Maggie está muy descansada desde que el Bonito está a otros menesteres.
La que sigue a lo suyo es Amelia. El postparto de Caterina Scorsone se está haciendo casi tan largo como el de Kerry Washington, y los bombos ya no saben cómo esconderlos en ninguna de las series. En Shondaland son más de gestionar muertes, no nacimientos, ya sabéis. Si la semana pasada nos referíamos a ella como una figurante más, ésta no ha tenido ni una sola línea. Nos encanta sentirnos escuchados por parte de Shonda y desde aquí la mandamos un beso y un currículum, por si un enchufillo y tal.
Acabamos el repaso a este episodio tan entretenido con la amenaza formal de Minnick Mouse a Arizona Robbins. Sexo. O más que sexo. Le ha amenazado literalmente con “ser un algo”. ¿Puede haber una forma más bonita para acabar la jornada laboral que una chica que llegó a tu trabajo hace tres días te diga que no tienes elección ninguna, y que en cuanto la echen, te va a hacer ver las estrellas del firmamento entero y las del mar también? Te queremos, Eli Min.
Os esperamos la semana que viene con más Dracarys por parte de Mama Avery, el Winter is coming de la Casa Grey y el siempre inteligente arte de combinar dos estandartes del terrorismo narrativo-emocional como son George R. R. Martin y Shonda Rhimes. Que nos cojan a todos con la muda cambiada.
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