Nadie está a salvo. Ni siquiera los habitantes del aparentemente pacífico e infranqueable Wayward Pines. En una sociedad acostumbrada a construir muros y vallas electrificadas para protegernos del mal, para preservar nuestro mundo tal y como lo conocemos, para no dejar que aquellos que no tienen nuestra misma suerte vengan a quitarnos lo que tanto esfuerzo nos ha costado construir, la idea de un feudo aislado del resto del mundo al que sólo tendrían acceso unos pocos elegidos no resulta tan descabellada. Sería algo así como el sueño de Trump.
Ese feudo de casitas adosadas, niños obedientes, adultos aleccionados y un tirano que, como la mayoría de los tiranos, no es más que una marioneta en manos de alguien mucho más inteligente, tiene los días contados. Los abbies se han organizado, han decidido hacerse con el último reducto humano y saben que son más y más fuertes. Y encima están liderados por una mujer.
Tres años después de la muerte del agente Ethan Burke, el pueblo se encuentra ahora gobernado por Jason Higgings, líder de los originales. Jason, como buen tirano (o monarca en su defecto) ha sido designado para este puesto desde su nacimiento, educado y criado para ser un líder. ¿Lo convierte eso en un buen gobernante? No, para nada. De hecho a veces parece avanzar como pollo sin cabeza, a golpe de bala y basando sus decisiones en su ansia de demostrar quién es el que manda y no intentando encontrar una solución al avance de los abbies.
Menos mal que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y él tiene una con bastante más cerebro y sangre fría y, sobre todo, mano derecha para que Jason haga lo que ella quiere pensando que ha sido idea suya. Pero esto no es sorprendente, porque resulta que Kerry, además de la mujer de Jason, es su madre. Y claro, cuando las dos personas más manipuladoras en la vida de un hombre se juntan en un solo ser no hay escapatoria posible.
Voy a dejar a un lado de forma totalmente voluntaria el tema del incesto, porque sí, porque me dio bastante reparo y porque estoy segura de que Kerry sabía, o al menos sospechaba, que Jason podría ser su hijo. De todas maneras ninguno de los dos está ya entre nosotros. El porque se suicidó al enterarse de semejante noticia (no le culpo), y ella porque decidió ocupar el puesto del doctor Yedlin, inyectarse tres de las enfermedades más contagiosas que ha conocido el ser humano, y saltar la valla para intentar contagiar a los abbies y así acabar con ellos.
A todo esto, el doctor Yedlin es el protagonista de esta temporada, el hombre que un día está de vacaciones en una playa paradisíaca y al siguiente, al menos esa es su percepción, se encuentra en un pueblo perdido al que no sabe cómo ha llegado y en el que le espera su mujer convertida ahora en la esposa de otro.
A pesar de su buena voluntad, hemos de admitir que Yedlin es un líder bastante menos carismático o creíble que el agente Burke. A lo largo de los episodios hemos visto morir a los pocos personajes que habían sobrevivido a la fatídica season finale de la primera temporada. Incluida la desequilibrada Megan Fisher, la única capaz de vender de forma convincente el modelo de vida de Wayward Pines y que, aunque quisieras estrangularla cada vez que salía en pantalla, sabías que era un personaje muy necesario.
Para mí, fan incondicional de esta serie, he de confesar que esta temporada ha sido un poco decepcionante. Una vez la intriga en torno a los misterios del pueblo resuelta, las tramas, o más bien la trama, se ha vuelto bastante repetitiva, relegando la serie a un simple producto entretenido para el verano. Escribir esta frase me está partiendo el corazón, creedme.
En lo que no ha bajado el listón es en la banda sonora que sigue igual de impecable. Cada momento crucial está acompañado de una canción maravillosa: Johnny Cash, Skeeter Davis, Ella Fitzgerald… canciones que nos transportan y hacen que situemos mentalmente la historia en el pasado a pesar de que tenga lugar dentro de dos mil años. Insisto, maravillosa.
La season finale nos deja unos cuantos cadáveres, una revuelta popular, suicidios y súplicas de aquellos que se han quedado sin plaza para volver a las cápsulas que, o al menos eso esperan, les protegerán de la invasión de los abbies. Esto nos demuestra una vez más que, incluso dentro de las vallas, en un mundo idílico como el que intenta representar Wayward Pines, también hay clases y no todas las vidas valen lo mismo. Como he dicho al empezar, nadie está a salvo.
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