"You are being watched”, narra Harold Finch en cada inicio de episodio de Person of Interest, pero realmente eres tú quien debería estar viendo. Artículo libre de spoilers.
La temporada final de Person of
Interest —cuyo final se emitió en España a través de Calle 13 el pasado 9 de agosto— ha excedido todo tipo de expectativas que teníamos respecto a la
serie en sus inicios y sí, a tales niveles la encumbra que nos vamos a permitir la licencia de categorizarla como serie mítica.
Un servidor pecó durante cinco años de “procedimentafobia” o como queramos
referirnos a la aversión insana que tenemos los continuistas hacia todo drama procedente de CBS y esos delincuentes de la semana en que los NCISes, CSIs y demás
fauna invierten su tiempo. Hoy toca rendir cuentas, hincar rodilla y decirlo
alto y claro: Person of Interest es la serie que tienes que ver.
De lo autoconclusivo a la conspiración masiva
Al igual que otras grandes series míticas como Fringe y su descomunal tercera temporada, Person of Interest descubre su propio potencial dentro de la serialidad. Los casos que lanza La Máquina cada semana van menguando en número a medida que ella misma pasa de ser el instrumento de dos señores con complejo de agente de la CIA al epicentro de una trama de corrupción política y de seguridad nacional que más quisiese Homeland.
La presencia lateral de personajes de corte tan clásicos como Carter y
Fusco, ese homenaje al policía ochentero comiendo donuts, poco a poco va
dejando paso a revelaciones como Root y Shaw cuando las fuerzas de seguridad han cumplido su función y el objetivo
no es salvar vidas antes del minuto 40, sino el mundo entero de aquí a la
quinta temporada. La inclusión de actantes cuyas miras aspiran a más que
episodios perfectamente omisibles eleva a la casi perfección las ambiciosas tramas
de control universal. Y aquí elaboramos con detalle.
Root
La serie la protagonizan un apuesto madurito trajeado que nunca muere en
tiroteos diarios y explosiones extremas y un genio de la informática que ha
diseñado la mejor inteligencia artificial de la historia. 200% procedimental de
manual enfocado a un público masculino y adulto.
Entonces llegó ella. Esa villana que aparece de la noche a la mañana con un
humilde contrato para cinco episodios y que termina enamorando a los
productores de tal manera que en cuestión de media temporada asciende a elenco
principal. Si hoy nombramos Person of Interest serie mítica, el
personaje de Amy Acker es la diosa indiscutible
de esta épica. Misteriosa,
psicológicamente carente de estabilidad y sin medias tintas a la hora de cumplir
sus objetivos. Este estandarte de los personajes femeninos a los que adorar se
marca un arco de campeonato desde su primera y semicasual aparición al
apoteósico final de la serie.
Una figura apasionante en su visión de llevar a La Máquina a su máximo
esplendor, obsesionada e idólatra,
que pone a prueba las previsiones que pudiésemos hacer tanto sobre su
progresión como la de su relación con el resto del reparto. Root y su sádico encanto, un animal de la
pantalla único como nunca otro has visto.
El precio de la complejidad
Algo que, muy a nuestro pesar, no tolera la audiencia común —la del capital
publicitario y otros dramas de por detrás de la televisión— es la transformación del producto.
Si bien la primera temporada sólo se sirve de antagonistas recurrentes de
un mayor calado para estructurar unos mínimos de continuidad a largo plazo, a
partir de la segunda comienzan a presentar un
combate a gran escala y una auténtica mitología tecnológica que se envuelve
en un thriller sin comparación. La Máquina se convierte en una auténtica deidad que venerar a la par que se constituye como
personaje en sí mismo: su nacimiento, su crecimiento, sus periodos de
esplendor y declive.
Eventualmente el enrevesamiento, las dobleces y los matices de los que son
digitales y los que son analógicos se cobraron el impuesto de ser emitido en
una televisión en abierto. Como decíamos, lo que eran dos hombres de peculiares
caracteres pasaba a ser una historia que incluía fanatismo, crítica a la gran América y ambigüedad en todos los aspectos
posibles, desde el moral a la sexual. La ficción de Jonathan Nolan jugó a
derrumbar los héroes perfectos y desdemonizar a los villanos terribles.
En resumidas cuentas, a lo que realmente jugó —y ganó— Person of Interest fue a crear a Dios y en el intento acabó conquistando el Olimpo.
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