El final de The Good Wife ha puesto punto y final a una amistad que se ha ido apagando con el tiempo y la distancia. Quiero creer que la desconexión que tantos hemos sentido con esta séptima temporada —y de lo que he hablado varias veces— ha sido la razón por la que un final tan forzosamente emocional y ambiguo no me ha provocado la reacción que, inevitablemente se buscaba.
Que The Good Wife ha sido uno de los mejores dramas de la televisión de los últimos siete años es algo que sigo defendiendo. Ha sido una valiente y elegante propuesta de network que ha podido plantarle cara incluso a los grandes dramas del cable; una serie que nos ha dado cinco temporadas excepcionales y dos no tan brillantes —de hecho, la última ha sido tan inconstante como insatisfactoria— pero que, aun así, se mantendrá en nuestro recuerdo como una de las grandes series de nuestro tiempo. Y Alicia Florrick, como uno de los mejores personajes de la televisión de la última década, relevante más allá incluso de lo que ha representado en el conjunto de papeles protagonistas femeninos de la nueva televisión.
No voy a negar que es en esa representación y peso en la ficción televisiva en general donde se encuentra mi mayor problema con esta séptima temporada, y en especial con este final. Alicia Florrick, que ha operado ambiguamente en el gris de la moralidad desde prácticamente sus inicios en la serie; que ha sido santificada y vilipendiada a partes iguales; que ha luchado a capa y espada contra su propio encorsetamiento y en defensa de su propia libertad entendida a todos los niveles; que nos ha enseñado que en la vida nada es blanco o negro, sino práctico o inútil; que nos ha demostrado la importancia de la separación de lo personal y de lo profesional con una ferocidad y elegancia inigualables. Con esas lecciones en la mano, Alicia Florrick no se merecía este final.
Es un final injusto y poco acertado. Coherente quizás con la séptima temporada pero no con la trayectoria de The Good Wife, algo paradójico teniendo en cuenta las molestias que se han tomado para trasladarnos concienzudamente a los inicios de la serie.
Mi problema no es, precisamente, que Alicia acabe recibiendo un final propio de antiheroína, algo un tanto incoherente a pesar del bello paralelismo entre Alicia y Peter con respecto al piloto de la serie. Ni siquiera mi problema está con ese final en el aire, casi inconcluso —los King son de hilar fino pero de pespunte abierto— . Mi problema está en que esa doble trama, profesional y personal, que encara Alicia en los últimos episodios no ha recibido la dedicación a la que estamos acostumbrados, llegando cojeando y renqueante a la línea de meta, y que —y esto ya a título más personal si cabe— me parece terrible que la recta final de The Good Wife se construya en parte sobre la incógnita de a qué hombre debe elegir Alicia, si a Peter o a Jason.
Después de todo lo que hemos vivido con Alicia, me resulta inquietante y casi obsceno que el desenlace de su serie se base en esa decisión. Ya no en si el resultado es infeliz o injusto para ella —para mí, como espectador, lo es rotundamente— sino en el proceso previo que se viene gestando desde comienzos de la temporada: una reducción de su mundo, que creíamos mucho más rico y complejo, a una decisión de amor. Algo que es lógico, sencillo y vendible, pero que no es The Good Wife. Ni siquiera en los tiempos de Will la vida de nuestra abogada se redujo a esa relación.
No voy a negar que la realización de que Will es el hombre de su vida caló hondo. Es triste, doloroso, real y lógico. Algo con lo que te puedes identificar. Su reaparición es un recurso emotivo al que no podían escapar y que, en el fondo, tanto ella como nosotros necesitábamos. No lo es en cambio, esa afirmación tan desmesurada. "No querrás estar sola en esta casa" —disculpad si la frase no es exacta—. Porque Alicia no puede quedarse sola, ya que el verdadero drama sería ese. Y lo dicen después de siete temporadas, de labrar su éxito profesional prácticamente desde cero, de conseguir abrazar su liberación en casi todos los sentidos, o de conquistar cualquier terreno personal y profesional que haya pisado. Alicia no puede quedarse sola.
La ironía es que, finalmente, sí se queda sola. Ese es el final dramático y, con toda razón, polémico. Alicia abandona finalmente a Peter, es ignorada por Jason, sigue enamorada de un difunto, su familia ha avanzado sin ella, y rompe finalmente con Diane después del asunto de Kurt. Y encima no tenemos a Kalinda ni con CGI.
[Esa bofetada, todo sea dicho, me produce sentimientos encontrados, principalmente porque no conozco un mundo en el que Diane Lockhart se dé de leches con nadie por un hombre y por muchas razones que tenga, salvo en la séptima temporada de The Good Wife].
Podemos argumentar que The Good Wife ha tenido el final perfecto. No como final en sí, sino como desenlace a esta séptima temporada. No obstante, para mí siempre nunca hará justicia a todo lo anterior, pero tampoco cambia el hecho de que The Good Wife ha sido, en su conjunto, una serie excelente.
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