¿Qué has hecho, Netflix? Si por algo se caracteriza la plataforma es por dar total libertad a los creadores de las series, y eso no es forzosamente bueno. Acostumbrados a los productos de gran calidad, como House of Cards u Orange is the New Black, e incluso a comedias familiares ligeras no tan buenas pero dirigidas a un segmento de la población entregado a la causa como Fuller House, teníamos (o al menos yo las tenía) muchas expectativas respecto a la primera producción francesa de Netflix: Marseille.
Lo tenía todo para triunfar, se vendía como el House of Cards galo con su Franck Underwood patrio, encarnado por el enorme (en todos los sentidos) Gerard Depardieu. Y digo yo, ¿qué necesidad tenía un actor de su categoría de embarcarse en semejante ñordo? Sí, perdonad mi vocabulario, pero es que creo que puta mierda ya estaba dicho.
Tras su estreno a primeros de mayo las críticas no se hicieron esperar. Puede que sea la primera vez en la historia de la humanidad en la que periodistas de varios países, todos sin excepción, coinciden en afirmar que es lo peor que han visto en sus vidas. Y no exageraban. Ante tal panorama no pretendía dedicar unos minutos de mi (a mi gusto) escaso tiempo seriéfilo a esta serie, pero la curiosidad mató al gato y a mí ha estado a punto de hacerlo Marseille.
Mi valoración está basada única y exclusivamente en el piloto, que por muy masoquista que sea una no he conseguido pasar de ahí. Nunca he estado en Marsella, ciudad conocida entre otras cosas por la violencia que se vive en sus calles y, creo que tras lo que he visto, voy a ahorrarme el viaje.
La serie nos presenta una ciudad sin ley capitaneada por, como no, un alcalde corrupto (Gerard Depardieu) que lleva veinte años en el cargo. Creo que la elección del actor no ha sido fruto del azar, ya que a Depardieu le han perseguido los escándalos fiscales en los últimos años, llegando incluso a pedir la nacionalidad rusa para poder tributar allí. Un grande. Pero vamos a lo nuestro. El alcalde en cuestión pretende construir un casino en el puerto, con el fin de atraer clientes extranjeros y, ya de paso, blanquear un poco de dinero. Evidentemente, porque si no la historia no tendría emoción, no todo el mundo está de acuerdo con el plan y para que la votación salga a favor tienen que recurrir a unos sicarios. Lo típico.
Nuestro alcalde, Robert, tiene un fiel escudero (Benoît Magimel), que se pega todo el capítulo lamiéndole el trasero para traicionarle en el último minuto. Ay, ¡casi consiguen atraparme con semejante cliffhanger! Pero mira, creo que paso de saber cómo termina su duelo.
Robert también tiene una mujer a la que le saca unos cuantos años, y una hija joven y guapa con cierta atracción por los hombres maduros con poder. Sí, intenta camelarse al escudero de su padre. Todo este festival de originalidad se perpetra sin piedad alguna por parte de los actores, que parece que luchan por ver quién actúa peor. Es que ni Depardieu se salva. Van completamente a la deriva, en un barco sin capitán abocado al naufragio. Horrible.
Un enorme error de dirección que se observa también en el desarrollo de las diferentes tramas que se suceden sin transición lógica, vamos saltando de un escenario a otro de forma brutal y sin sentido. Por no hablar del tratamiento que se le da a las mujeres, meros elementos decorativos y fuentes de placer en un paisaje dominado por machos alfa. Pocas veces, por no decir ninguna, había sentido tanta vergüenza ajena viendo una serie.
Marseille podría haberse titulado Delirios de Grandeza, aspiraba a ser la primera gran serie europea de Netflix y se ha quedado en un culebrón torpe lleno de clichés y diálogos vacíos. No puedo entender como Depardieu o Magimel (ganador del César a mejor actor este año por La Tête Haute) han podido dejarse arrastrar al fango de esta manera. No lo necesitan.
No tengo noticias sobre la renovación para una segunda temporada, pero dadas las críticas en las que periodistas de medio mundo se ensañan sin piedad con la serie, no creo que tenga lugar. En serio, alejaos de Marseille lo máximo posible, no la veáis ni por curiosidad, porque lo único que ganaréis es un trauma de por vida. Luego no digáis que no estabais avisados.
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