Dice la canción que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va” y a mí me pasa un poco lo mismo cada vez que se termina una serie, aunque sepa que va a volver. Esta ha sido la temporada de la redención para algunos, del paso a la vida adulta para otros y de los grandes cambios para todos. Después de dar muchos tumbos parece que cada uno va encontrando su lugar en el mundo, o al menos lo intentan.
Recordemos que, tras la muerte de Bianca, Frank estaba totalmente desorientado. La pérdida de lo que pudo haber sido una (rara) historia de amor le dejó hecho pedazos y le hizo recapacitar sobre muchas cosas. Es uno de esos momentos críticos en los que hacemos balance de nuestra vida, de lo que hemos hecho bien y mal, y en su caso la balanza no está nada equilibrada. A estas alturas de la película a nadie se le escapa que no ha sido un buen padre, más bien todo lo contrario, pero todo el mundo tiene derecho a una enésima oportunidad y el buen hombre ha decidido que es el momento de redimirse de sus pecados. A su manera, eso sí.
Empezó por hacerse cargo de Debbie cuando todo el mundo intentaba convencerla de que abortara. ¿Tener un hijo a los catorce era la mejor opción? Claro que no, pero ya que la niña está decidida, vamos a intentar que el bebé tenga un buen futuro, pensó el bueno de Frank. Y ni corto ni perezoso la colocó de niñera en casa de una familia en la que la madre estaba enferma de cáncer, con el fin de que ayudara se liara con el padre. Estupendo. Pero como los planes no siempre salen bien, la madre superó el cáncer y hubo que buscar un Plan B. Sí, es lo que estáis pensando: también intentó liarse con la madre. Sobra decir que esta historia acabó como el rosario de la aurora y que Debbie tuvo que volver a casa con Fiona, muy a su pesar.
No contento con la hazaña (y eso que no hemos mencionado el paso por la comuna hippie) y en su intento de convertirse en padre del año, Frank se partió la cara por Carl, que se ha merecido más collejas que nunca y que, por suerte para todos, ha decidido abandonar el mundo pandillero para centrarse en el amor, en crecer como hombre y convertirse en policía. Yo digo que no le dura ni tres episodios más esta actitud, llamadme pesimista, pero ya empezamos a conocernos un poco y la cabra siempre tira al monte.
También se partió la cara por Fiona, convencido de que Sean no era el hombre adecuado para ella. Y esta parte le salió casi bien, porque resultó que tenía razón y Sean no era trigo limpio. Que vale que estuvo a su lado cuando decidió no continuar con el embarazo aunque él no era el padre, que la ayudó con Carl más de lo que cualquiera lo hubiera hecho…pero escondía algo. Y al fin sabemos lo que era: no había sido capaz de dejar su adicciones a un lado. Y claro, ha sido la mentira definitiva, la que cayó como un jarro de agua fría en medio de la boda y dejó a Fiona hecha pedazos. Parecía que la vida de la adicta a las bodas exprés empezaba a encarrilarse y se encuentra de nuevo en el abismo total, perdida, sin rumbo y sin hombre al que aferrarse y dejar que guíe sus pasos.
Quizás la separación le ayude en su reconciliación con Debbie, convertida en madre adolescente que quiere ocuparse de todo sin ayuda cuando apenas sabe ocuparse de sí misma. Demasiadas responsabilidades como para no acabar aceptando una mano amiga, y demasiados problemas tienen ya como para generar uno más. Espero que sepan perdonar y perdonarse y que de una vez por todas esa necesidad casi enfermiza de tener un hombre a su lado deje de controlar sus vidas.
Quien al final parece que empieza a encontrar su camino es Ian. Después de una relación más que tormentosa con Mickey, el secuestro y fuga a lo Thelma y Louise, el paso por el psiquiátrico y el duro proceso de aceptación de la enfermedad, ha encontrado algo que, si no es la felicidad, se le parece bastante. Tiene a su lado un hombre que le quiere, que le entiende sin juzgarle, que le apoya y anima a luchar por sus sueños. Y un trabajo que le llena. No puedo alegrarme más de este cambio de rumbo en la vida de uno de los personajes que más ternura me provoca y con el que, las cosas como son, los guionistas se habían ensañado en los últimos tiempos.
Y Lip. ¡Ay, Lip! Siempre he sentido adoración por él. Porque tiene buen corazón, ha encontrado la forma de crearse un futuro lejos de la locura de los Gallagher pero sin desentenderse de la familia. Es un pilar fundamental que ha cargado con demasiado peso y empieza a tambalearse. La ruptura con Amanda, pero sobre todo el sentirse abandonado por la profesora que nunca quiso nada con él fuera de las sábanas o el hacerse cargo de los problemas del eminente profesor que decidió abandonarse años atrás… Su rol de salvador del mundo ha acabado por pasarle factura y el cierre de temporada le deja ante las puertas del centro de rehabilitación con la (espero que firme) decisión de superar sus problemas con el alcohol y retomar las riendas de su vida.
Un final agridulce que nos deja varios frentes abiertos: hermanos que ponen los primeros ladrillos de una nueva vida, hermanos que empiezan de cero por enésima (y seguro que no última) vez y un padre cuyas intenciones ya nadie se cree. Y luego está lo del poliamor. Cuando crees que ya lo has visto todo entre Veronica y Kev va y se mete Svetalana en su cama. ¡Quién nos iba a decir que lo del falso matrimonio iba a acabar en ménage à trois! Pues sí amigos, esto es la magia de Shameless.
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