Que levante la mano todo aquel que no sueñe en secreto con casarse con Claire Underwood. Nadie, ¿verdad? Este personaje convierte a Robin Wright en la mejor persona viva. Pero de lejos, vaya. Tan inteligente como retorcida, fría, calculadora, manipuladora y ambiciosa. Todo ello, por supuesto, enfundada en trajes impecablemente planchados, que una primera dama no puede ir de cualquier manera.
La esperadísima cuarta temporada de House of Cards nos ha tenido en vilo a lo largo de los trece episodios que la componen. Quizás sea por la lucha de egos entre Frank y el Gobernador Will Conway (Joel Kinnaman), por el ascenso político de Claire, por el descubrimiento de ese personaje maravilloso que es su madre, por la relación entre Claire y Tom Yates (Paul Sparks) o por todo en general. Sea como fuere, lo cierto es que no se le pueden sacar pegas a la que ha sido la última temporada con su creador, Beau Willimon, al frente.
A estas alturas de la vida supongo que los spoilers ya no son tan spoilers, aún así evitaré contar eso que pasa en el capítulo cuatro, que es el gran Oh My God de la temporada y que me hizo dejar mis obligaciones de lado para devorar el quinto episodio sin demora, que una no podía vivir con esa intriga. Ese hecho dio un giro a la relación entre Frank y Claire. El Señor Underwood ya había descubierto que dormía con el enemigo y que era más fuerte de lo que él pensaba. A pesar de que ella había empezado a marcar distancias, Claire entendió que lo conveniente era volver al redil, coger la mano de su marido y sonreír de cara a la galería.
Ya no quedan dudas de que están juntos por conveniencia, que se tienen cogidos por los machos el uno al otro y que han descubierto que, a pesar de que el amor se rompió de tanto usarlo, juntos son más poderosos que enfrentados. La lucha de Claire por hacerse un hueco en el panorama político y ser algo más que la-mujer-de, han sido uno de los pilares de la temporada. Y qué pilar, señores. El discurso que da en el capítulo diez es de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Tom le escribe un texto magistral al que ella pone cara y voz, bajo ese falso tono de humildad en el que casi se disculpa por ser tan maravillosa. El pueblo la quiere de vicepresidenta y ella está ahí para servirles. Qué poderosa es la dialéctica, y vaya lo que ayuda el luto.
Por su parte, Frank, al que si fuera un rey darían el sobrenombre de El Inmortal, sigue agarrándose con uñas y dientes a su sillón de Presidente. Que no tiene escrúpulos lleva demostrándolo desde el minuto uno, pero esos sueños en los que mezcla fantasmas del pasado, estrangulamientos y otras torturas a la que se supone es su compañera de viaje en la salud y en la enfermedad, no hacen más que recordarnos que es todavía peor persona de lo que aparenta. Maravilloso el tira y afloja que mantiene con el Gobernador Conway, ese perfecto padre de familia que resulta ser, cómo no, otra ave carroñera dispuesta a todo por llegar al poder. El diálogo sobre la familia que mantienen las señoras Underwood y Conway debería estudiarse en los colegios. A todas deberían enseñarnos a contestar con la naturalidad que lo hace Claire, aunque quizás sería todavía mejor que dejara de verse a la mujer como una fábrica de niños. Pero eso es otra batalla.
Entre los damnificados por el huracán Underwood está, una vez más, Doug, fiel escudero, siempre preparado para servir a su amo. Quizás esta vez haya ido demasiado lejos y la culpa le perseguirá, si no hasta el fin de sus días, al menos unos cuantos capítulos más. Es una pena que arriesgue tanto por alguien que le trata tan mal. Pero ya se sabe, detrás de todo gran hombre hay una gran mujer…y un tonto que se lleva los golpes.
La segunda víctima ha sido Catherine Durant, vapuleada sin piedad y obligada a echarse a un lado en la carrera por la vicepresidencia a favor de Claire. Pobre mujer, aunque su final no haya sido tan dramático como el de Meechum.
Pero no todos son damnificados de los Underwood, al menos por ahora. En tiempos de Twitter, tener una buena jefa de campaña que domine los medios es imprescindible, y ahí entra en juego Leann Harvey (Neve Campbell), que hará todo lo posible por ayudar a Claire en su ascenso político, al igual que lo hace Tom Yates. Ay, Tom. Ojalá me escribiera a mí esos discursos, me abrazara por las noches y no tuviera reparos en compartir mesa de desayuno con mi marido.
A pesar de la marcha de Willimon, Netflix está tan segura de la calidad de la serie que la renovó para una quinta temporada antes incluso de haber estrenado la cuarta. En palabras de Kevin Spacey, su deber ahora es “honrar la serie que él (Willimon) creó”. Confiamos en ello.
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