Un piloto de hora y media, una toma
de contacto con la balanza ligeramente inclinada hacia lo correcto, unos
cimientos narrativos de moderada fundación y, por lo menos, material suficiente
para comentar y no huir espantados ante las primeras deficiencias de la puesta
en escena. ¿Por dónde empezamos, verdugo bastardo?
Antes de entrar en el meollo del asunto, vamos a presentar la serie para
los que aún tenéis pendiente ver el piloto. FX vuelve a contar con el
showrunner de Sons of Anarchy, Kurt
Sutter, y le confía una ficción histórica de Bajo Medievo que gira en torno a la figura de un guerrero retirado de las
armas que se ve obligado a volver a derramar sangre al convertirse en
verdugo para un barón galés. De aquí en adelante sólo para valientes que puedan
aguantar el drama sobre un héroe atormentado más.
Lo vimos con la ristra de experimentos fallidos ambientados en los 60 tras
el boom de Mad Men y es inevitable no
caer en comparativas: ¿ha querido FX
marcarse su propia Game of Thrones?
Con los niveles de misticismo aún no delimitados y una clara guerra por el
poder de una tierra feudal, tenemos que empezar por aquí.
No es una serie tan ambiciosa como la adaptación de las novelas de Martin.
Éste es su principal acierto. The Bastard Executioner juega más al
entretenimiento que a buscar la grandeza en todos los ámbitos a lo HBO, y
quizás hasta sean conscientes de por dónde vamos a tirar nosotros, en vistas de
la referencia velada al winter is coming.
La estética y los efectos especiales dejan claro que es bastante más humilde y
pueden doler un poco. O dos pocos, sin paños calientes. Ha habido momentos de
absoluto bochorno.
Si hubiera que encontrarle una definición sería algo así como Game
of Thrones meets Spartacus. Tenemos un claro trasfondo de lucha social
y rebelión del pueblo contra la nobleza, una crudeza en la violencia y en el
sexo sin remilgo alguno y un protagonista muy marcado por el conflicto interno,
rodeado de un porrón de personajes algunos muy tipo —mujer resignada al
sometimiento del villano, bufón, sidekick de turno— y otros que prometen lo
suficiente como para enganchar a aquellos a los que el antihéroe en busca de
venganza nos cansó hace tres o cuatro temporadas. Destacamos a una Katey Sagal
(Sons of Anarchy) venida a Gandalf y
un Stephen Moyer (True Blood) como sibilino
antagonista que promete un juego sucio palaciego suficiente.
El simbolismo, las profecías, la figura de la religión y su crítica y,
especialmente, el asunto del destino se suman a esa insurrección que plantea el
piloto y que aparentan unas intenciones
de darle profundidad al relato para que no se quede en un “pueblerino
retirado y Robin Hood ocasional se mete en la boca del lobo para acabar con un
régimen desde dentro”. Que de por sí puede sonar suficientemente atractivo,
pero mejor enriquecer que cocer nada más.
En los ocho episodios que quedan de la temporada tendremos que ver si
Sutter confía en su propio producto, se desmarca de la tendencia y se encumbra o si el cacho de patita que
ha enseñado en el estreno se queda en
una ristra de espadazos, entrañas y folleteos a medio gas. Los avales los
tiene, y nuestra confianza de momento también.
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