Entre el ruido de la prórroga por una semana debido al tiroteo de Virginia
y que el 1x09 revelaba —o más bien confirmaba— la realidad de Mr. Robot, hemos
esperado más de lo que deberíamos del/el final de la temporada de lo que
probablemente sea la serie creativamente
más arriesgada del año.
El episodio deja una sensación agridulce. Empezamos tres días después de la incorporación de Tyrell, el villano venido
a menos de la temporada, al círculo del arcade. Cuando un malo se cambia al
bando de los buenos o, mejor dicho, un antagonista al lado de los
protagonistas, se produce una variación en el mapa de la serie que como recurso
narrativo es prácticamente infalible. ¿Por qué agridulce entonces? Porque nos han privado de presenciar el juego de
filas.
El 1x10 a efectos prácticos actúa
más como un punto de partida de la temporada siguiente, planteando un
misterio inicial a investigar titulado “¿Dónde está Tyrell y en qué barrio?” y
una nueva premisa: el mundo post-apocalíptico y el renacer de la sociedad.
La gestación del plan
maestro de Elliot y fsociety ha sido el eje central de esta primera temporada y en el último episodio qué menos que ver
el parto y el caos financiero “en directo”. Pero en una serie como ésta en la
que tenemos un narrador tramposo y una carencia de fiabilidad flagrante, ¿por
qué íbamos a esperar contemplar el relato de una forma linear?
La otra evidencia del nuevo orden de la historia es la dinámica de Elliot y su álter ego. De consumidor ocasional de
sustancias estupefacientes siempre con teórico control a paciente de trastorno
disociativo de la personalidad completamente desatado. Elliot es ya conocedor
de que tiene un fantasma en su cabeza, pero no termina de asumir el control que
tiene y no tiene sobre él. La evolución de su condición deja momentos
anecdóticos que no terminan de ser un avance como tal por culpa de haber estado
diez semanas comparándole con Edward Norton, aunque nunca esté de más ver sus
conversaciones violentas con papá desde un punto de vista en tercera persona.
Este calentamiento de la segunda temporada se toma la licencia fullera (de
fullería, no de Bryan Fuller; pero que también) de regalarnos una perlita de lo que se avecina después de
los créditos, porque todo no podía acabar en Elliot siendo el nuevo
observador privilegiado de la sociedad desde el trono recién vaciado, por
satisfactoria que sea la inversión de roles. White Rose, menos reconocible sin
su peculiar caracterización del primer episodio en el que apareció, se postula
como el nuevo rival a temer el verano que viene en una coyuntura de agente
doble que dará de todo menos confianza.
Con las sensibilidades más o menos heridas tras la escena del suicidio televisado de la que tenemos que destacar su
crudeza y su falta de escrúpulos a la hora de no cambiar de plano,
despedimos la primera de temporada de la revolución y la nueva niña bonita del
cable. Sólo nos queda esperar que sean capaces de subir el nivel y que el
creador Sam Esmail pueda cumplir su promesa de cuatro o cinco temporadas libres
de relleno.
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