Crítica de Mad Men 7x12 - Lost Horizon
Lost Horizon ha sido un episodio muy complejo, incluso para ser Mad Men. Pero también simple: ha sido un episodio que, a tres semanas del final de la serie, plantea un cambio sustancial en toda el contexto narrativo —un cambio de agencia, ni más ni menos—, al mismo tiempo que aborda los principales conflictos de los protagonistas de Mad Men desde el punto de vista más directo posible.
Las teorías acerca del final de Mad Men cobraron un nuevo sentido cuando Jim Hobart le vendió a los socios de SC&P que McCann-Erickson era el "Cielo de la Publicidad", reforzado con una línea acerca de la muerte que Roger esbozaba en la promo de este episodio. Mad Men no es Lost ni van a jugar al peligroso juego de ficción/realidad, pero en cierto sentido, McCann sí es es un Cielo —o un Infierno— y no todos nuestros personajes están listos para entrar en él. O, directamente, no quieren.
Nuestros protagonistas son unos personajes repletos de orgullo, ambición, codicia y egoísmo, que hasta ahora habían estado a sus anchas en una agencia mediana tirando a pequeña pero con unos clientes que les permitían jugar en las grandes ligas. La absorción por parte de McCann sería el sueño de cualquier agencia de sus características, pero para unos personajes tan pagados de sí mismos, es más bien un castigo por sus excesos y una forma de cortarles las alas.
Curiosamente, el único que ha aceptado, o eso parece, la absorción con los brazos abiertos, es Pete, quien recordemos que en el episodio anterior finalmente se quitaba la venda de los ojos y aceptaba que era quien era y que no podía permitir que la ambición le cegara para siempre.
McCann es una utopía, un "cielo", un sueño: Lost Horizon es, aparentemente, una novela de James Hilton —y luego una película de Capra— que trata sobre ello. Un lugar donde nuestros personajes pueden dejar sus ambiciones de lado, sus sufrimientos, y tener una vida —profesional— plena en la que solo tienes que preocuparte de aparecer en tu puesto de trabajo y de aparentar, al menos, que eres uno más en la agencia. No obstante, para unos personajes que se han enfrentado una y otra vez a todos los desafíos profesionales que se les venían encima, que han luchado para permanecer independientes y poderosos, esto es el final. No hay salida posible.
Y lo saben.
Don ha muerto. Profesionalmente. El trabajo era lo único que tenía, y se lo han robado en un plan maquiavélico diseñado con el fin de darle la sensación de que seguirá siendo la poderosa ballena blanca de la publicidad cuando ahora no es más que un esclavo que asiste a su primera reunión donde su poder de discurso es absorbido directamente por el propio cliente, dejándole a él la única opción de sonreír y asentir. Mira al cielo y observa —para teorías locas, por favor, buscad el caso de un secuestro de avión protagonizado por un tal Dan Cooper— un avión volar por el cielo detrás del Empire State, más libre de lo que será él en un infierno en el que las ventanas no pueden abrirse, y decide marcharse. Un avión es, de nuevo, lo que representa el estado anímico de nuestro protagonista.
Decide atar cabos y tratar de recuperar lo único que le queda: sus hijos, quienes ya no están disponibles para él —ojito a Betty leyendo lo que tiene que decir Freud sobre la histeria—. Después, su última amante, Diana, en un viaje a la desesperada donde más que buscarla, se busca a sí mismo. No tiene adonde ir: ni un trabajo digno —desde su punto de vista—, ni una familia, ni un apartamento decorado con el gusto de su eficiente secretaria —cómo me gusta esta chica—. Diana no le va a dar la felicidad, y lo sabe porque el hecho de que ella abandonara a los suyos le repugna, pero viaja con la intención de darle ayuda porque es lo único que Don es capaz de hacer en este momento. Como el astronauta de Space Oddity, la canción de Bowie que cierra el episodio, Don Draper está flotando en el espacio sin nadie a quien decirle lo perdido que está.
Pero Don no es el único que abandona —aunque, evidentemente, tendrá que regresar a McCann en algún momento—. Joan, que había conseguido ser socia de SC&P, no es tan bien recibida en la nueva agencia. Ella no es ninguna ballena blanca de la publicidad y los miembros de McCann solo la ven como a un objeto. Es una mujer con un título de poder, pero sin poder alguno.
A pesar de que se escude en los derechos de las mujeres —la protesta a la que hace referencia Joan tuvo lugar unos meses antes, de hecho—, Joan no está luchando contra la igualdad ni contra el sexismo. Lucha contra el sexismo, porque es su principal amenaza, pero lo hace por su único bien y no por el de nadie más —como Hobart, dudo que muchas empleadas más le siguieran en su queja contra McCann—.
Tras quitarse de en medio a un misógino como Dennis, Joan tiene que soportar al baboso de Ferg, para tener que enfrentarse con el pez gordo finalmente. Joan solo quería tener el completo control de sus cuentas, pero —al igual que Don observa en su reunión con la marca de cervezas— la burocracia de McCann es alargada y, además, machista, por lo que jamás dejarían a una mujer dirigir ese trabajo por su cuenta. Probablemente, años atrás Joan hubiera accedido a acostarse con Ferg para mantenerse en pie, pero la Joan de 1970 ha soportado demasiado como para permitirse pasar de nuevo por ello. Coge sus cosas y su "oferta" del 50% por sus participaciones —solo porque Roger se lo ha aconsejado, olvidando el consejo de pelear que le da su nuevo "churri"—, y se va, quizás para siempre.
Si Joan se hubiese encontrado a Peggy por el camino, quizás las cosas hubieran sido diferentes para la creativa, pero me temo que en el próximo episodio veremos cómo Peggy sufre en sus carnes algo muy similar sin que la joven estuviera preparada para ello. Peggy no sabe la que se le viene encima. Ella llega en badass mode a McCann después de haber esperado cual fantasma en las vacías oficinas de SC&P a que su despacho estuviera listo, con su confianza reforzada, con un cuadro muy obsceno para los setenta bajo el brazo. Cree que va a petarlo en McCann, y probablemente no tarde ni dos segundos en comprobar que para sobrevivir en esa agencia probablemente tenga que hacer como las otras creativas: comprar favores con plantas horrendas y cumplidos falsos. Dudo que pueda colgar ese cuadro, siquiera.
Mientras, Peggy puede emborracharse con Roger en su antigua oficina, añorando los viejos tiempos, antes de meterse de lleno en la boca del lobo. Miedo me da.
Tengo que empezar a hacerme a la idea de que esto se acaba...
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