Por fin, Parenthood nos regala un episodio de los de la vieja escuela. La enfermedad de un familiar, que siempre supone una pausa en nuestras vidas, ha servido para dejar de lado muchas de las espantosas tramas de este año y, por fin, reunir a los Braverman en un mismo escenario. Si en The Waiting Room me quejaba de lo mucho que habían desaprovechado la misma situación, ahora creo que los guionistas lo han manejado de manera ejemplar.
De hecho, me ha sorprendido ver cómo no han intentado forzar el drama como lo haría, por ejemplo, Nashville o una serie de Shonda Rhimes. Al contrario, volvemos a la naturalidad, una de las cualidades que hacen de Parenthood una gran serie y que este año ha brillado a menudo por su ausencia: la angustia de Camille o el dilema de Drew, que teme que su abuelo se vaya a la tumba con un mal recuerdo de él, no se lanzan en la cara del espectador a la espera de que llore.
Y los demás personajes, mientras tanto, tienen sus propios problemas, en ese estado de negación que nos lleva a pensar en cualquier cosa menos en lo que ocurre dentro de quirófano. El Luncheonette ha sufrido un robo, por si los problemas económicos de Adam y Crosby no fuesen suficientes, pero gracias al seguro, esto podría ser más bien una bendición: con el dinero que van a recibir pueden saldar sus deudas, disolver el negocio y quedarse con una cantidad razonable para vivir tranquilamente hasta que encuentren otra cosa.
El problema (otra vez) es que Adam está dispuesto a dar ese paso y Crosby no quiere deshacerse del estudio. Como le dice Jasmine –una semana más, la esposa más comprensiva de la historia–, nunca ha sido más feliz que allí. No es el conflicto más interesante de la semana, pero está bien llevado y de cara a una recta final, no está de más (como sí lo estaban otras tramas de esta temporada).
Más interesante ha sido la trama de Hank. Katims y los suyos siguen empeñados en dedicarle más tiempo que a los Braverman de verdad, y esta semana acaba proponiéndole matrimonio a Sarah después de una serie de torpes y entrañables intentos de emular a Joel (el marido y yerno perfecto por antonomasia). Mención especial a sus escenas con Drew, con quien apenas tiene relación pese a lo en serio que va con su madre. Desde la serie no han intentado vendernos otra cosa, y se han molestado en construir un punto de partida para esa relación. Está claro que Hank encaja en el mundo de Sarah, pero... ¿Encaja con Sarah? De momento, ésta necesita pensárselo antes de darle una respuesta.
Lo mejor de Parenthood son sin duda las escenas corales, y este episodio acaba con dos: ellos en el bar y ellas en la fiesta improvisada para Amber. Es esta última la que se acaba convirtiendo en el mejor momento del capítulo, con las mujeres del clan Braverman dándole consejos sobre maternidad a Amber (¡y hasta los de Julia y Kristina son buenos!) y Sarah diciéndole que va a estar allí para apoyarle pase lo que pase. Una secuencia tan simple como esa demuestra que no todo está perdido, que aún hay tiempo de volver a los orígenes y despedir esta serie como se merece.
Notas al margen:
- Joel y Julia no han vuelto oficialmente, pero ya no engañan a nadie. Todo lo relacionado con ellos en este episodio me ha hecho muy feliz.
- Lauren Graham está infravaloradísima. ¡Cuánto expresa con una mirada!
- El reparto en general es oro puro y, si el mundo es justo, les lloverán las ofertas al acabar (de momento, Graham tendrá una sitcom en NBC).
- ¿Es Drew el personaje con el viaje más coherente de este año? Se debate con Sarah y Jasmine el premio al Braverman más sensato de la temporada.
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