Como Alicia Florrick, yo tampoco estoy genéticamente diseñado para creer en Dios. Sí, lo estoy, en cambio, para creer en The Good Wife; no podría ser de otra forma después de transformar un episodio con un caso semanal tan “vacío” en otra obra ejemplarizante del know-how de la televisión actual, claro está.
Esta semana tomo el relevo de mi compañera Sarah para hablaros de Dear God, un episodio clave en dos de las tramas principales que se han abierto esta temporada: la posible canditura de Alicia para la Abogacía del Estado, y el caso de Cary Agos. Todo ello narrado a través de dos curiosas nuevas narrativas: la investigación del caso de Cary por parte de la funcionaria Joy Grubick (Linda Levin) y el curioso caso de arbitración cristiana.
Realmente no ha sido un episodio que me haya dejado tan ojiplático como Alicia Florrick cuando ve a Gloria Steinem (me conformo con su cuasi-perfección), pero Dear God ha sido un episodio muy solemne. Y muy significativo.
Por mi parte, lamento que la decisión de Alicia de presentarse como candidata haya durado tan poco. De hecho, pensaba que sería el tipo de trama que volvería más tarde, y de improvisto, para quedarse.
También me ha decepcionado un poco que Alicia Florrick, por muy feminista que sea, haya quedado tan impresionada por Gloria Steinem y su exhortación para que se presente como candidata. Si bien es cierto que la decisión final ha sido por un calentón con el “observer” Castro, lo que nos han querido demostrar aquí es que el ego de Alicia, en continuo crecimiento, pierde el control no por la idea de crecer en su carrera, sino por el hecho de convertirse en un ejemplo. Steinem, feminista de pro, es la figura aspiracional en la que realmente nuestra Alicia quiere convertirse… pero no por feminista, ni por mujer, sino por reputación y poder. Si Alicia es santa es porque se ha negado a mancharse las manos, claro está.
El interruptor, Steinem, está ahí; la moralidad, hundir al “malvado”, también (por muy gris que sea); la inspiración, aportada desde un punto de vista cristiano/espiritual, aparece por primera vez ante ella. Y así es como Alicia elige, por fin, un bando. Para la ambigua abogada, para la que no existe la maldad sino el acomodamiento, el hecho de que un “hombre malo” como Castro pueda llegar a recibir el apoyo de su marido, supone un acto perversamente inmoral (para ella), y el empuje de Steinem obra su magia como ningún otro (eso y que le hayan mencionado a Will Gardner con tan mala leche).
Y así, Alicia Florrick decide mancharse las manos.
Lo mágico que supone la introducción del proceso cristiano aquí, donde la religión y sus leyes sirven para reafirmar la ambigüedad de nuestra protagonista, carece de límites. Grace, la ya no tan cría hija de Alicia, se queda de piedra al descubrir que su madre es capaz de escoger una simple línea para defender su argumento, cuando la realidad es que esa norma la aplica a toda su existencia. Su gris existencia. Porque Alicia Florrick no es una heroína, ni una antiheroína… es un personaje que todavía no ha decidido lo que quiere (precisamente lo que le dice a Dean).
Pero, por fin, parece que todo eso va a cambiar.
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