Empezando nuestras andanzas con la división de guante blanco del FBI nos encontramos esta semana con que el jefe de la misma está precisamente fuera de ella. De vuelta a la realidad tras su escapada paradisíaca, Neal —y Mozzie— se enfrenta a la realidad no de la forma que querría, y es que su amigo y compañero Peter ha sido reasignado mientras la junta decide su futuro profesional. ¿Destino? La Cueva, un sótano de dimensiones gigantes repleto de cajas con las pruebas de diferentes casos.
Mientras Neal, ahora al cargo de Jones y Diana, reabre un caso con 20 años de antigüedad, Peter cataloga minuciosamente bajo la estricta mirada de su supervisor miles de teléfonos móviles según su número de tarjeta SIM. El caso, que ya fue investigado por Peter 10 años atrás, consiste en robos separados 5 años en el tiempo de los cuales nunca se ha tenido ningún sospechoso y la única prueba encontrada son unos restos de tabaco en las escenas del crimen. Aunque Burke trata de mantenerse al margen y pasar desapercibido para acelerar su regreso, acaba viéndose envuelto de lleno en la investigación, ya que usarán una tapadera que usó en su día al descubrir a un posible sospechoso. Como Peter Morris, un ex-convicto y banquero, Peter engañará a David Cook (Michael Weston, House) hasta conseguir las pruebas suficientes para su arresto. Sin embargo, a la hora del reparto de medallas, Peter vuelve a su nuevo puesto en La Cueva, dejando que Neal, Diana y Jones se lleven el mérito.
Además, aprovechando sus cortas pausas para comer en la zona de picnic —muy similar a un patio de cárcel—, Peter instará a Neal a contarle la verdad sobre su padre y Helen, y a averiguar por sí mismo toda la información que aún no conoce. Es así como sabemos que es posible que el padre de Neal no fuera corrupto después de todo, y un asunto más grande estuviera detrás. Algo me dice que esto, junto con la lucha de Burke por volver a white collar, va a ser la pieza central de esta temporada.
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