No soy escritor de ficción pero creo que no hace falta serlo para argumentar que cualquier historia necesita de un conflicto que proporcione el desequilibrio necesario para encontrar interés en el personaje que lo protagoniza. Sin él, la historia queda coja, y si ese conflicto inicial era tan poderoso como el de Cathy Jamison en The Big C, tiene pocas posibilidades de evolucionar a través de otros creados para aliviar las carencias emocionales que produce su desaparición.
Quiero entender que la frase de la temporada, "Flip that switch!" [pulsa ese interruptor o más coloquialmente, "cambia el chip"] era una pequeña metáfora no solo de lo que transcurría en la vida de Paul, el marido de Cathy, que regresa de entre los muertos para fastidiarnos otra temporada con su presencia, sino que también se refiere a la situación de la propia Cathy. Tras dos años luchando contra el cáncer, el ensayo clínico al que se apuntó la temporada anterior parece que ha dado sus frutos y que su enfermedad está desapareciendo. Este cambio de chip, no obstante, no resulta como creía, y es que todo lo que creía tener —que ya era poco— comienza a tambalearse con más fuerza que nunca en esta nueva etapa de su vida: su marido e hijos comienzan a distanciarse de ella, cada uno por diferentes motivos, y la desvergonzada ama de casa busca otras salidas primero a través de nuevos ambientes —haciéndose pasar por la azafata Alexis— o de nuevos senderos para su vida, como el de la intención de adoptar un bebé. No obstante, a pesar de sus esfuerzos iniciales por mantener esa sana tensión en nuestra protagonista, al final resultan en vano ante una evolución narrativa que necesitaba de una perspectiva con una conciencia de sí misma algo más poderosa.
Porque, aunque moleste pensarlo, a esta tercera temporada de The Big C con el cáncer de nuestra histriónica protagonista en remisión, le ha faltado ese conflicto inicial que otorgaba esa interesante singularidad a esta serie de Showtime. Como seres humanos no queremos que Cathy muera, queremos que sobreviva... pero como espectadores necesitamos que la premisa de la serie siga vigente para que podamos seguir apegados a ella. Y si bien es cierto que en el fondo era necesario conocer cómo se enfrentaría Cathy a su propia salud física —que no mental, que de eso siempre sale muy perjudicada—, creo que ha fallado terriblemente a la hora de enfocar esta perspectiva, no únicamente por Cathy —por ejemplo, la trama con los padres falsificadores ha sido divertidísima— sino por cómo han obrado los personajes secundarios en torno a ella. Paul y Adam, marido e hijo respectivamente, han proporcionado las tramas más aburridas que recuerde de la serie, y han echado a perder ciertas historias que podrían haber dado mucho juego. El papel de Susan Sarandon, por ejemplo, malogrado por un pésimo ejercicio de guión, podría haber dado mucho más juego, y no hablemos de la salida religiosa del primogénito de la Jamison.
La cuarta temporada se espera de redención, incluso se podría plantear como un reboot: Cathy tendrá que volver a enfrentarse a sus demonios, pero esta vez más sola que nunca. Y, no lo dudemos, volverá con más fuerza que nunca.
Espero que concluyan en la cuarta temporada una gran serie. Si bien la tercera temporada ha sido muy mala, Linney llena la pantalla, le creo todas sus charadas, no solo es hermosa físicamente, es una gran actríz, su sonrisa, sus cambios de humor, sus momentos de llanto, todo le creo a esta mujer. Esperemos que salga una cuarta temporada en la que nos podamos despedir de un personaje entrañable, una mujer excepcional, no espero un final feliz, pero si espero un final digno
ResponderEliminarNo sé si esta serie acabará en la cuarta temporada, y de hecho dudo mucho que así sea.
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