Creo que hace mucho tiempo que no disfruto de un episodio de Mad Men como lo he hecho con Far Away Places. Su peculiar enfoque ha ayudado enormemente a que nos adentremos en las complicadas cabezas de los protagonistas de Mad Men. Si la quinta temporada parece tener como tema principal la inseguridad de sus personajes, Far Away Places parece querer poner en perspectiva las bases de estos miedos y flaquezas. Y si de eso ya tuvimos una buena ración el episodio pasado con Pete Campbell, esta vez nos han dejado entrever qué pasa por las mentes de Don, Peggy y Roger. Casi nada.
Mención especial a la curiosa estructura del episodio, y es que lo que parecía una narración continua al uso rápidamente se convirtió en una historia estructurada en tres partes en la que veíamos el desarrollo del día de estos tres personajes, cada uno por caminos bien distintos, y en los que apenas tenían contacto entre ellos. Aunque ha sido un recurso interesante, no lo he visto del todo necesario, especialmente cuando ha tenido tan poco efecto para la historia.
Primero empezamos por Peggy, quizás la peor parada de esta historia. Ya sabíamos que la cuenta con Heinz no estaba en su mejor momento, ya que su directivo no estaba de acuerdo con la propuesta publicitaria de Don, pero en este día las cosas incluso van a peor. Don y Megan se marchan de viaje (continuamos con ello más adelante) y dejan a Peggy al mando, un craso error. Y es que la joven creativa está obsesionada con su inseguridad, decidida a demostrar que vale tanto como Don o incluso más, algo que vemos especialmente esta temporada. Como una bomba a punto de explotar, Peggy mete la pata estrepitosamente en la reunión haciendo aquello que solo Don parece saber hacer: convencer a su cliente para que acepte su propuesta. Con malas maneras y con aire de superioridad lo estropea todo y después se marcha al cine (a ese al que nunca quería ir) en su hora de descanso, e incluso acaba haciéndole un trabajo manual a un desconocido. Está fuera de control (ojo, no por lo que haga con sus manos, sino porque no es lo que ella haría con sus manos), y ahora es una Peggy que engaña a su pareja, que bebe y fuma en su despacho, y que cree que su trabajo es superior a las necesidades de sus clientes: tenemos a una Don en potencia que no sabe cómo manejar las riendas de este tipo de vida, algo que ni siquiera sabe hacer su verdadero propietario. Peggy es como Pete, toda orgullo y vanidad con la certeza de que tiene que demostrar algo que nadie le ha pedido. Pero ella, al contrario que Pete, sabe rápidamente que ha metido la pata y que tiene que hacer algo con su vida, aunque para ello haya necesitado (quién sabe) el estímulo del chico nuevo, Gingsberg, un genio que es como es cuando ha padecido lo peor que le puede pasar a un crio (si es que no está mintiendo, claro). Peggy está impresionante esta temporada, sin lugar a dudas.
Aunque es cierto que Don y Peggy son los protagonistas absolutos de Mad Men, es una grata sorpresa que hayan decidido continuar o, mejor dicho, poner punto final (o seguido, ya veremos) al descenso a los infiernos de Roger Sterling. El tiburón atraviesa una mala racha, tanto en lo personal como en lo profesional, y en este episodio vemos la particular manera en la que se resuelven los conflictos con su mujer y antigua secretaria, Jane. El apartado profesional esperemos aún tenga mucho recorrido (sobre todo por cómo están las cosas con Pete), pero el personal acaba aquí y de la mejor manera posible. Nunca imaginaría a un hombre como Roger experimentar con las drogas (recordemos la reacción de Don ante la marihuana), pero cuando Jane, reconvertida conscientemente en una esposa florero le convence para cenar con sus amigos y probar el LSD era de esperar que de ahí solo surgieran escenazas. Ver a Roger colocado, viendo cosas que tan solo estaban en su subconsciente y sintiendo que la juventud volvía a llamar a su puerta ha sido una delicia; y no hay nada más simbólico que un Roger que se mira en el espejo y se siente como Don Draper. Y esta situación permite que con total calma charle con su mujer sobre sus verdaderos sentimientos, poniendo fin a su relación con Jane como nunca acaba ninguna; y aunque al día siguiente la joven no lo recuerde y se lo tome como una verdadera bofetada, ahora Roger es libre y la madre de su hijo seguro estará deseosa de recibirla con los brazos abiertos. ¿O no?
Pero, como he dicho antes, ser Don no es fácil para Peggy, Roger y ni siquiera (y especialmente, ahora que es otra persona) para Don. Aún no sabe, aunque se lo está imaginando, qué es lo que ha hecho al casarse, aunque crea ser feliz como no lo ha sido nunca. Cuando se lleva a su nueva mujercita Megan de viaje por fin sale a relucir con toda su fuerza el verdadero problema de la pareja: son tan distintos que no podrán estar juntos mucho tiempo. Megan es joven, bella y sensual, pero también tiene algo que demostrar: que es más que una cara bonita y que puede ser profesional al margen de con quién se acueste. Que Don se la lleve de viaje no podría ser más humillante y cuando le monta un número a su marido (¡hay que ver lo que traga esta chica!), éste no lo comprende; ¿cómo, si Megan lo tiene todo, no sabe apreciarlo? Aunque la escena de "te dejo y me voy" se les ha ido de las manos un poco, tiene sentido que al regresar a su casa y encontrarse a Megan allí Don arme el escándalo que arma, y aún más sabiendo el miedo que tiene a que para recuperar su antigua vida haga algo de lo que se pueda arrepentir. Sinceramente, he temido el momento en el que Don ha ido como un poseso detrás de Megan, esta vez para afixiarla de verdad, pero todo ha acabado en posición horizontal (simbólico, sin duda) y sin jueguecitos guarros: Don y Megan están al límite y su relación está a punto de explotar. Aunque le diga que sin ella estaría perdida, casi parece una reacción paternal. Este no es nuestro Don Draper.
El próximo episodio tenemos más Joan, que igual sirve para iniciar un nuevo (viejo) arco con Roger. Tenemos más Don y Megan, ahora conscientes de las limitaciones de su relación y con los hijos de Don de por medio. Y lo que caiga, que Mad Men se mantiene en las alturas y cada episodio es una delicia.
COMENTARIOS