Acabo de mandar mi currículum a Quantico, sí, a la academia de la CIA. Porque, y atención que esto no se lo esperaba nadie, adiviné la identidad de Red Devil hace nada más y nada menos que dos episodios. Sí, Hester, te tenía calada y ahora solo puedo agradecer este premio a todos aquellos que creyeron en mí desde el principio. Ah, me comentan que no hay premio, bueno, no pasa nada, siempre podré decir que LO SABIA.
Un episodio habría bastado para contarnos todo lo que necesitábamos saber. Eso nos habría evitado escenas para el olvido como la historia relacionada con Dorkus, (salvo el momento puñaladas y el falsísimo “cuánto lo siento” de Chanel), o el eterno mail enviado, atención, a todo el mundo que, aunque gracioso a ratos, no nos llevó a nada interesante.
Pero centrémonos en lo importante: Hester ha resultado ser una mala pécora maravillosa. Como los tertulianos que pueblan nuestra parrilla televisiva, hablo desde fuera y sin saber, pero crecer en un manicomio no debe ser fácil. Tener a Gigi como figura materna tampoco. ¿A qué puede aspirar alguien que ha crecido aprendiendo a odiar y las cualidades y en qué casos es mejor usar cada herramienta a la hora de matar? Pues eso.
El momento en el que Hester rememora su infancia es de lo mejor que nos ha dado esta serie. Cómo se le ocurre lo del collarín, el disfraz de Red Devil y su llegada a la universidad y a Kapa Kapa Tau. Por primera vez en la vida le he encontrado sentido a la frase “es una mujer hecha a sí misma”. Se referían a eso. A pasar años preparándote para ser la asesina perfecta, y que encima te favorezca el parche.
Tenemos entonces a Gigi como cerebro de la operación y a los mellizos de la bañera, Hester y Boone, hijos de Wes, no lo olvidemos por favor, como Red Devils. Pero como no hay dos sin tres, el lelo de Pete también estaba en el ajo. Que si yo no quería, que si me enteré de casualidad, que si me chantajearon, que lo de matar es como el rascar, todo es empezar y otra sarta de tonterías son los argumentos con los que intentó convencer a Grace de que mató por el bien de la humanidad en general y de su pareja en particular. Y entonces lo mataron. Menos mal.
Que Grace sobreviviera a la ira de Hester y que encima sea vicepresidenta de las KKT es algo que no llegaré a entender nunca. Debería haber muerto de la manita de Pete, como los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él. Pero nada, oye, los guionistas han hecho oídos sordos a mis peticiones y parece que tenemos Grace para rato.
El que también ha estado sembradito es su padre. La imagen de ese macho cabrío en ropa interior esperando a la decana en su cama debería aparecer en todos los libros de educación sexual de los colegios. Como efecto disuasorio, en serio, acabaría con lo embarazos adolescentes de un plumazo. Fuera de bromas, no creo que pueda volver a cerrar los ojos sin gritar.
Pero esa escena nos ha dejado dos momentos maravillosos: la decana como la loba salvaje que todos sabíamos que era y el si me quieres tienes que sacar a tu hija de nuestras vidas porque no la soporto. Mini punto para la decana.
Nada que añadir, Señoría
Pero no todo son risas, que alguien tenía que cargar con los muertos. Con una serie de acusaciones sin pies ni cabeza, basadas en pruebas falsas o manipuladas, Hester consigue convencer a la policía de que las Chaneles son las asesinas. No puedo pasar por alto esos policías. Quiénes son y en qué comisaría trabajan que voy a entregarme ahora mismo. Perdón, eso no iba aquí. El caso es que a Chanel #5 sus padres nunca la han querido, Chanel #3 lleva las ansias de sangre en el ADN y la Oberlin es ego puro, la única a la que, aunque lo hicieran, no necesitaban buscarle razones.
Y le salió bien la jugada. Porque son las Chaneles, y claro, decidieron defenderse a sí mismas en un juicio por asesinatos múltiples, y así les fue. Muero de amor con el homenaje de Chanel #3 a la princesa Leia, su madre en la vida real. (Inserte emoticonos de corazones).
El internamiento en el psiquiátrico nos ha dejado un momento para la posteridad, con una crítica mordaz de la sociedad en la que vivimos. Las Chaneles no quieren irse de ahí porque pueden ser ellas mimas. Y por primera vez las vemos comer, sí, comida real y grasienta. Porque ahí no hay chicos a los que gustar y para los que estar delgadas. Bravo, Ryan, bravo, no puedo decir otra cosa. Nos vemos en la próxima entrega.
El internamiento en el psiquiátrico nos ha dejado un momento para la posteridad, con una crítica mordaz de la sociedad en la que vivimos. Las Chaneles no quieren irse de ahí porque pueden ser ellas mimas. Y por primera vez las vemos comer, sí, comida real y grasienta. Porque ahí no hay chicos a los que gustar y para los que estar delgadas. Bravo, Ryan, bravo, no puedo decir otra cosa. Nos vemos en la próxima entrega.
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