No se
puede cerrar los ojos ante lo evidente. Nadie quiere tener un hijo que sufra,
que no se integre, que sea el diferente o el señalado. Pero cuando pasa no se
puede mirar para otro lado. Hay que actuar, apoyarle y ayudarle a salir
adelante. Y en esta tesitura se encuentran los Hughes.
Joe es
un niño especial. Ama la música por encima de todas las cosas, conoce de
memoria canciones que ojalá muchos adultos hubieran escuchado (no juzgo el
reggaetón, pero ahí lo dejo), es independiente y bastante tranquilo para lo que
suelen ser los niños de cinco años. A Joe le gusta estar solo y es incapaz de
hacer actividades en grupo.
A raíz
de su comportamiento durante su fiesta de cumpleaños, la familia decide alertar
a los padres de Joe de la posibilidad de que tenga algún problema. Al final es
el abuelo (Christopher Eccleston, The Leftovers) quien decide consultar a un
médico que le aconseja pedir cita con un experto en autismo.
Esta
serie está hecha para tocarnos la patata. Joe es tan entrañable que quisiera
atravesar la pantalla y abrazarle. No es la primera vez que se trata el autismo
infantil en las series. Ya lo vivimos con los Braverman en Parenthood, aunque
el caso de Max era diferente y a veces queríamos retorcerle el cuello un poco. Las
personas autistas suelen obsesionarse con un tema y se vuelven verdaderos
expertos sobre ello. En el caso de Max eran los insectos, y en el de Joe, la
música.
Su
obsesión hace que la serie tenga una banda sonora maravillosa: The Human League,
Arctic Monkeys o Julian Cope forman parte de los cantantes favoritos de una
criaturita que todavía no sabe ni leer pero que ya sabe lo que mola. Ojalá mis
futuros hijos tengan su gusto musical y no me rompan los tímpanos cantando
canciones de Los Lunnis.
La
familia vive en medio del campo, lo cual nos deja unas escenas maravillosas de Joe
paseando y cantando a pleno pulmón. Eso, junto a la música, puede que sea lo más
remarcable de la serie. El guión peca de blanco y superficial. Pretende
acercarnos a una condición y no vemos en ningún momento, al menos hasta ahora,
el punto de vista de Joe, algo que sería mucho más interesante y que nos
ayudaría a tener una perspectiva diferente y no quedarnos en lo que ya
conocemos.
En cuanto a las relaciones entre los adultos de la familia, se limitan a interacciones alrededor de la situación del niño, sin apenas dejarnos ver más allá. Es como si su vida no tuviera más conflictos. Y cuando los tienen, como los problemas conyugales de Eddie y Nicola, tíos del niño, o de Rebecca, la hermana adolescente de Joe, se pasa de puntillas. No sabemos cómo vive ella todo esto, el quedarse un poco al margen, por así decirlo, al dedicar sus padres todo su tiempo y esfuerzo a Joe. Tengo la impresión de que se toque el tema que se toque es de pasada y nunca llega a profundizar. Quizás le pido demasiado a una serie que acaba de empezar y hay que darle un poco de tiempo hasta que, como si fuera un niño que da sus primeros pasos, coja confianza y pise firme. En todo caso, es entretenida y humana, eso no se puede negar. Aunque por ahora no haya conseguido empatizar con los personajes secundarios, no quiero abandonarla: amo demasiado a Joe y espero que en los cuatro episodios que quedan de esta temporada los personajes nos abran sus corazones y consigan que nos sintamos parte de la familia.
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