Como la
mayoría de los nacidos en la segunda mitad de los 80, servidora creció con
Padres Forzosos, El Príncipe de Bel-Air, Cosas de Casa, Punky Brewster, Cosas
de Hermanas…series que quizás en términos de calidad no eran brillantes, pero
que no sólo nos entretenían, sino que nos ayudaron a ser mejores personas. No
pongáis caras, que os veo venir. Todas tenían en común un humor blanco y una
moraleja en cada episodio: que si hay que estudiar, que si hay que obedecer a
los padres, que si no hay que juzgar a las personas… La mayoría de esos
consejos no los hemos pasado por el forro con el paso de los años, las cosas
como son, pero eso no es culpa de los guionistas.
En los
últimos meses se ha puesto de moda recuperar productos que triunfaron en los
90, e incluso 2000, para darles una segunda vida (X Files, Las chicas Gilmore)
y a alguna mente brillante de Netflix le pareció que sería una buena idea
rescatar Padres Forzosos (Full House en su título original), y nada más lejos de
la realidad, oigan.
Sinceramente
no recuerdo la serie original con detalle, la vi hace 20 años y prefiero
quedarme con el buen recuerdo que guardo de ella, porque me da la impresión de
que ha debido de envejecer muy mal y, viendo el producto actual, creo que es
mejor no hurgar en el pasado.
Confieso
que he sido incapaz de ver la temporada entera, y eso que una tiene bastante
aguante, pero es que a pesar de mi buena predisposición, y de mis ganas de
reencontrarme con mi yo de 8 años, lo cierto es que no hay por donde cogerla. El
piloto, aunque bastante flojo, es sin duda lo más remarcable. Reunión del
elenco original (a excepción de las hermanas Olsen), algunos como Laurie
Loughlin o John Stamos parece que han
hecho un pacto con el diablo, o en su defecto encontrado un cirujano
maravilloso, niñas muy creciditas (¿cuánta miga de pan comió Jodie Sweetin?) y
hasta aquí todo lo bueno del episodio.
Risas
enlatadas, más aplausos que en La ruleta de la suerte y un exceso de nostalgia
que aturulla al espectador y empaña todo lo demás. Si es que hay algo más. A
juzgar por la escena en la que todos los actores miran a cámara con gesto de
reproche tras la explicación de la ausencia de Michelle en la reunión familiar
“porque está muy ocupada con su imperio de la moda”, al resto de actores no les
ha parecido del todo bien que las gemelas Olsen rechazaran participar en el
proyecto. Quizás su personaje habría dado juego, pero qué queréis que os diga,
están alejadas del mundo de la televisión desde hace años y volver para
semejante bazofia no merecía la pena.
En
cuanto a la trama es muy simple: se retoma la original pero en versión
femenina. Ahora es D.J. quien se queda viuda y a cargo de tres hijos (hay que
ver qué mala pata tienen en esta familia) y, aunque en los últimos meses ha
tenido la ayuda de su padre, a éste le han ofrecido un programa de televisión
en Los Angeles junto a la tía Rebecca, por lo que tienen que mudarse. Pero D.J,
que en algún momento intuimos que ante semejante panorama se plantea ir a por
tabaco y no volver, no esta sola. ¡Menos mal que existen las hermanas díscolas y
las amigas okupas para echarte un cable! Stephanie decide dejar de lado
temporalmente su vida de DJ de éxito para ayudar a su hermana mayor, y Kimmy
(que sigue siendo de lo mejor de la serie) recién divorciada y con una hija
pre-adolescente que a ratos reclama a gritos una torta, ve la ocasión perfecta
para hacer el bien y encima mudarse a la casa en la que siempre quiso vivir y
con la familia de la que siempre quiso formar parte. Altruismo lo llamaban.
El
resto son historias sencillas y nada originales que ni siquiera consiguen
arrancarnos una sonrisa. Un humor demasiado blanco y predecible que pasaría el
filtro de las familias más conservadoras de América pero que no consigue
atrapar al espectador medio. Espero que Netflix recapacite y no nos castigue
con una segunda temporada.
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