Dos años hemos tenido que esperar para reencontrarnos con el detective Julien Baptiste y su particular forma de manejar sus investigaciones. En esta nueva entrega de la británica The Missing el tenaz (por no decir cabezón) detective cruza medio mundo para resolver la misteriosa desaparición de dos adolescentes una década atrás.
A lo largo de la temporada el juego de flashbacks nos ha permitido seguir de forma paralela las diferentes líneas de investigación abiertas: por un lado, en 2014 cuando una enferma y demacrada joven asegura ser Alice Webster, desaparecida en 2003 y que dice además haber compartido cautiverio con Sophie Giroux, una adolescente francesa que desapareció más o menos en el mismo momento y, por otro, la que tiene lugar en 2016.
Pero vamos por partes. La reaparición de una joven que se identifica como Alice Webster trastoca la vida de un pequeño pueblo alemán y, por supuesto, la de su familia de origen británico instalada en el país germano desde hace años ya que el padre, militar de profesión, está destinado en una base militar inglesa en la zona. Tras una década sin noticias de la joven muchas son las preguntas que surgen en torno a su misteriosa desaparición y a todo lo que le ha sucedido en los últimos años. Su secretismo en torno al lugar en el que permaneció oculta así como sobre la identidad de su captor no facilitan el trabajo de la policía que trabaja contrarreloj para intentar atrapar al secuestrador antes de que consiga escapar. Entre las escasas informaciones que revela hay una muy importante: durante todos estos años no estuvo sola, la acompañó Sophie Giroux, desaparecida en circunstancias similares y en la misma época.
Este dato despierta el interés del detective Baptiste, que estuvo a cargo de la investigación diez años atrás y que vive desde entonces obsesionado con encontrar a la joven Sophie y cumplir así la promesa que le hizo a sus padres. Dispuesto a resolver al fin el caso, se desplaza a Alemania para encontrarse con Alice e intentar recabar más datos que le pongan sobre la pista de su paradero. Y hasta aquí puedo leer.
El trabajo de Baptiste se centrará en encontrar el nexo de unión entre las historias de los distintos personajes que le llevarán, entre otras cosas, a investigar unos hechos acontecidos en la guerra de Irak en los años 90. Flashbacks, giros de guión, mentiras, víctimas colaterales y sobre todo cliffhangers de infarto toman el control de una serie que, aunque desigual en su desarrollo, consigue cerrar la temporada con un final redondo en el que se responden (casi) todas las preguntas.
Me ha gustado que, al margen de la intriga principal que me ha mantenido en vilo durante los ocho episodios, se haya prestado atención a la familia de Alice. Ver cómo le ha afectado a cada uno de ellos su ausencia y, sobre todo, su reaparición cuando ya habían perdido toda esperanza de volver a verla con vida. Cómo se enfrenta cada uno a la situación, al duelo, a los miedos, al perdón… Considero que todos los personajes han tenido el final que merecían y, si tengo que decir algo negativo, creo que el único bemol que podría encontrar es la irregularidad del desarrollo de la intriga. Los tres primeros episodios son frenéticos y no dan tregua al espectador mientras que a partir del cuarto baja el ritmo para volver a ponernos a cien en los dos últimos episodios. Supongo que lo han hecho por nuestro bien y el de nuestros corazones, ya que si hubieran mantenido la locura del inicio, posiblemente nos hubiéramos muerto sin conocer el desenlace de esta maravillosa serie.
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