La
primera serie original del escritor norteamericano Harlan Coben era uno de los
grandes estrenos de esta primavera, y siento decir que, tras haber visto la
mitad de la temporada, para mí es más bien una gran decepción.
La
premisa es bastante simple pero atractiva: un niño desaparece en un bosque
mientras está a cargo de su hermano mayor y los amigos de éste, y veinte años
después su ADN se encuentra en la escena de un crimen. Los adolescentes, hoy
convertidos en adultos con vidas más o menos estables y que han crecido llenos
de remordimientos, ven ahora como de pronto el niño al que se dio por muerto es
el principal sospechoso de un crimen.
Hasta
aquí todo correcto. Tenemos la intriga y a una serie de personajes
inevitablemente afectados por los acontecimientos. Todo sería maravilloso de no
ser porque no he conseguido conectar con ninguno de ellos. Ni siquiera con los
padres que descubren que ese hijo al que han llorado durante veinte años no
sólo no está muerto sino que puede estar involucrado en un asesinato. Y, por increíble que parezca, no les puede dar más igual.
En
algunos casos las interpretaciones rozan lo absurdo. Impagable por ejemplo el
momento en el que el policía encargado de la investigación, que como por
casualidad es uno de esos jóvenes del bosque, recibe los resultados de las
pruebas de ADN. Una escena que debería estar cargada de suspense queda reducida
al esperpento y no sólo por un problema de sobreactuación, sino por una banda
sonora muy mal elegida. Y ese fallo nos lo encontramos por desgracia en muchos
momentos.
A estos
dos problemas hemos de añadir una dirección pésima, lo siento pero no puedo
culpar sólo al director de casting o a los propios actores. Es evidente que a
Mark Tonderai (12 Monkeys) el proyecto le viene grande y es incapaz de ejecutar
correctamente una historia que, a priori, debería tener enganchado al
espectador de principio a fin, dejarlo sin aliento con la búsqueda del asesino,
con cada nueva víctima, con los giros y las tramas paralelas… Pero no, en su lugar tenemos historias que se pisan unas a otras, una investigación paralela a la de la policía que da casi risa y al final tanto batiburrillo hace que perdamos el interés por completo.
Luego
está la fotografía y los decorados. El propio Harlan Coben declaró que para él
era muy importante salir de los clichés de la Inglaterra gris y lluviosa a la
que estamos acostumbrados en las series. Me parece muy bien, Harlan, pero
supongo que existe un punto intermedio entre el pavimento mojado y la hierba
verde fosforito que vemos en The Five y que le da a la serie un toque kitsch
que no le favorece nada.
La reapertura del caso reúne de nuevo a los cuatro jóvenes. Al margen de que exista cero química entre ellos, en el grupo tenemos a una mujer casada y a tres hombres que veinte años después siguen luchando por su amor. Viva la originalidad. En un momento dado ella confiesa que no es feliz en su matrimonio y, lo que debería ser una escena de confesión de sentimientos vis a vis de uno de esos hombres que está loco por ella (eso lo adivinamos por la historia, porque él tiene la expresividad de un cactus) se convierte de nuevo en un momento ridículo entre dos personajes sin ningún tipo de conexión y acompañados por una melodía elegida con el modo aleatorio de Spotify.
Si he llegado hasta la mitad de la temporada es porque, tratándose de una mini serie, intenté autoconvencerme de que llegar hasta el final y descubrir el desenlace de la historia no sería tan complicado. Pero es que no puedo, cada minuto es una tortura. Así que lo siento mucho Harlan Coben, pero servidora se baja del barco. Ya me contarás dónde ha estado Jessie todo este tiempo.
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