Tras el
visionado de los tres primeros episodios de la segunda temporada de Togetherness
estoy como sus protagonistas, intentado reconstruir mi alma. Tal y como os
contábamos en el balance de la primera temporada, el matrimonio de Brett y
Michelle no atravesaba por su mejor momento, y las cosas van a peor.
Mientras
Brett da lo mejor de sí mismo para salvar su matrimonio, Michelle lucha con la
culpa de la infidelidad. Porque sí, amigos, en el viaje a Sacramento se dejó
llevar y acabó en la cama con David, que encima está enamorado de ella. Ante
tal panorama, Michelle decide confesarle a Tina lo que ha hecho y ésta le
aconseja no decírselo a Brett. Al fin y al cabo, dice, es un rollo de una noche
y no merece la pena disgustarlo, más ahora que está firmemente decidido a ser
un marido y padre ejemplar.
El
matrimonio organiza una fiesta sorpresa con motivo de la vuelta de Alex, y una
cosa lleva a la otra, y acaban encerrándose en la habitación para dar (por fin)
rienda suelta a la pasión. Llevábamos mucho tiempo esperando este momento y,
evidentemente, no iba a ser perfecto. No sé si fue por la euforia del momento o
por la complicidad o por ambas, pero Michelle se ve en la obligación de
confesarse y, como era de esperar, la verdad es una puñalada para el pobre Brett.
No me
digáis que no se os ha roto el corazón al ver su carita. Soy partidaria de ir
con la verdad por delante, pero quizás no era el momento de sincerarse, qué sé
yo.
Brett
sale corriendo en un intento de huir de la realidad que tanto le duele. Alex, a
pesar de haberse convertido en un engreído tras el rodaje de la película, sale
en su busca y se convierte en la encarnación perfecta de lo que debe de ser un
amigo: un vuelo a tu ciudad natal, ropa hortera y un bar en el que llorar las
penas. Con el anillo de casado en el bolsillo, Brett empieza un ligoteo
peligroso con una antigua compañera de instituto, mi amada Hillary Burton (One
Tree Hill) que no pasa de un par de besos porque el sentido común hace acto de
presencia en el baño del bar e impide que vaya a más.
Mientras
Brett intenta ordenar sus ideas en Detroit, Michelle llora su culpa en el
hombro de su hermana. A pesar de ser quien ha
provocado la situación, la ternura con la que muestran su duelo hace que
consigamos ponernos en su piel y hasta perdonar el daño que ha hecho a su
familia. Veremos si consiguen sobreponerse a este golpe.
Por su
parte Tina parece empeñada en hacer las cosas mal con Alex. Cegada por los
celos hacia su nueva novia, una niñata con la que le quedan dos telediarios, aprovecha
cualquier ocasión para intentar ridiculizarla, aunque lo único que consigue es
dejarse en evidencia y alejarse cada vez más de Alex, quien le ha dejado muy claro
que no soporta su actitud ni el hecho de que haya sido incapaz de pasar página.
Presiento que, como ya sucediera el año pasado, los ocho episodios que compondrán la temporada se me van a hacer muy cortos. La serie de los hermanos Duplass no ha perdido ni un ápice del encanto que nos conquistó hace un año. Sigue sabiendo hacernos reír a pesar de la situaciones dramáticas a las que se enfrentan los personajes, y la verdad y la ternura con la que se nos presentan hacen que queramos formar parte de sus vidas. Si todavía no lo habéis hecho, vedla. No os arrepentiréis.
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