—911 ¿Cuál es su emergencia?
—Quiero denunciar una violación.
Así de directo es el arranque de la nueva temporada de American Crime, cuya trama girará en torno a la violación de un adolescente durante una fiesta con sus compañeros de instituto.
Con una crudeza y una sinceridad que duelen, John Ridley (12 años de esclavitud) nos enfrenta de nuevo a la realidad que no queremos ver. Si en la primera temporada nos mostraba una sociedad racista y llena de prejuicios, en la que tus orígenes, tu religión o el color de tu piel eran las pruebas que se necesitaban para condenarte, y un sistema judicial de todo menos justo, en la segunda nos traslada a un suburbio de clase alta en la que la verdad no debe salir a la luz.
Visto el piloto presiento que, como ya sucediera en la primera entrega, el personaje de Felicity Huffman no tardará en ser el más odiado. Con una melena negra que la vuelve casi irreconocible, se mete en la piel de Leslie Graham, la directora del elitista colegio en el que se desarrolla la trama. Podrían usarse muchos adjetivos para describirla, pero seguramente amable y empática no estarían en la lista.
Repite también Timothy Hutton, que encarna esta vez al entrenador del equipo de baloncesto y padre de una de las animadoras, lo que le convierte en testigo directo de las relaciones entre los alumnos, que ya sabemos todos que a esas edades son hormonas con patas.
Me gusta la idea de que la trama se desarrolle en un instituto, algo así como un micromundo, más aún tratándose de un centro privado, porque si por algo se caracterizan los ricos es porque suelen estar al margen del bien y del mal y, sobre todo, de lo que pasa fuera de su entorno.
No sorprende descubrir como el dinero nos vuelve idiotas a todos por igual, ¿qué me decís de la actitud de los Lacroix? No pagan una matrícula con muchos ceros para que su hijo salga con la primera que pase, necesita a una chica digna de su estatus, aunque por lo menos no es gay ni sale con alguien de otra raza. Y esa raza que tanto disgustaría a sus padres es la…blanca. Porque sí, los Lacroix son afroamericanos racistas, homófobos y obsesionados con el éxito y las apariencias que tienen al engreído de su hijo en un pedestal. Darán mucho que hablar.
En medio de tanto niño consentido se encuentra Taylor, un joven de clase media que ha conseguido entrar en la selecta escuela a base de becas y del esfuerzo de su madre (Lily Taylor) y que, en un intento de integrarse con sus compañeros, acude a una fiesta con el equipo de baloncesto.
Como ocurriera en la primera temporada, no se muestran escenas de lo que pasó, sino que vamos reconstruyendo la historia a partir del relato de los protagonistas. En este caso es Evy, la novia de Taylor, la que nos cuenta que el joven se convirtió en objeto de burlas en la fiesta, que lo emborracharon y que abusaron de él. Y como vivimos en una sociedad marcada por la tecnología, no faltó la humillación pública en forma de fotos en las redes sociales.
Pero, ¿a quién le importa lo que le pase a un joven de clase media cuando está en juego la reputación de los niños de papá? Sabemos que el dinero todo lo compra pero ¿conseguirá la madre de Taylor justicia para su hijo? ¿Hasta dónde serán capaces de llegar los unos y los otros para proteger a sus hijos? La temporada se presenta interesante.
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